miércoles, 16 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 27. Entrada 28.

Qué gran maravilla volver a tener un padre, esto me liberaba de la pena de no hablarle nunca más, un propósito demencial que me había planteado. Realmente tenía todos los pensamientos desmantelados, todo lo que constituían mis referencias y seguridades más firmes, se habían ido a la mismísima porra. No sabía en su día que podía detestar un poco a mi padre; pero no sabía tampoco que podía volver a quererlo tan rápido. Lo ponía ante mi mirada, sorprendido del cabio, y cerraba mi ojo izquierdo a ver si lograba vislumbrar cómo sería nuestro futuro y me costaba un poco imaginar que estábamos de nuevo juntos y que vivíamos de nuevo en la misma casa, pero si podía sentir el inmenso amor que sentía por él, acrecentado ahora por la segura falta de mamá. Quería que él me quisiera como los dos juntos; como si eso fuera una suma posible y de carácter automático. Pensaba, de una manera algo loca, que al estar solo, me querría como los dos, como si él fuera a multiplicarse por dos personas y que el amor fuera a aumentar de un modo proporcional. Sólo deseaba que llegáramos de una vez para ver a mamá muerta; necesitaba verla, necesitaba ver la cara de papá al verla muerta delante mío. Y necesitaba entenderlo con una imagen que me lo confirmara, ella dentro de un ataúd, por ejemplo. Para luego sí comenzar a matarla definitivamente en mi mente. Sacarla por completo de mi memoria. Entender al fin que no la vería más en movimiento, que no escucharía más su agradable voz. Que, aunque lo deseara, no podría sentir más su amor como procedente de su persona y su cuerpo, sino que tendría que volver a sentirlo dentro de mi cuerpo sin que ella pudiera participar. ¿Cómo se recrea el amor cuando falta uno de los co-creadores? No lo sabía, sólo me concentré en un sobreviviente. Lo único que estaba a mi alcance y sabía hacer. Estaba expectante de las sensaciones nuevas que empezaban a sucederse, no hacía nada, solo dejaba que papá decidiera e hiciera, como un capitán de barco experimentado en el cual confiamos los grumetes. Y callado la boca lo acompañaba arriba y abajo dejando que él resolviera como mejor sabía todas las circunstancias nuevas que nos envolvían. Cuando llegó a la estancia, y luego de saludarme, entró a la casa con un aire que no recordaba en él, y que indicaba claramente que conocía las instalaciones a la perfección. No sabía cuándo había estado él viviendo allí, ni siquiera si había estado viviendo mucho tiempo o solo de visita. Me daba cuenta ahora que realmente sabía poco de la vida de mi padre, como si fuera un misterio.








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