lunes, 7 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 18. Entrada 20

¿Las preguntas son algún tipo de virus? ¿Es contagioso ese virus? ¿Es auto-replicante? ¿Una pregunta puede responderse a sí misma afuera de su propio cuerpo como frase? ¿Es verdad eso que dicen que en algunas preguntas esta la respuesta implícita? ¿Si es verdad, de dónde procede la respuesta? ¿Es importante precisar de dónde procede? ¿Demarcar la procedencia me conduce a entender muchas que están allí para ser comprendidas e inmediatamente luego abandonadas? ¿Abandonar toda esa gama de pensamientos inútiles me conduce a ver de modo directo los procesos reales de la percepción? ¿Podré experimentar el mundo del modo en que se puede experimentar cuando yo no lo percibo? ¿Será esta la pregunta fundamental? ¿Cómo es el mundo cuando yo no estoy? ¿Cómo es el mundo sin mi percepción? ¿Cómo es, sin mis ojos para mirarlo? ¿Cómo olvidan las personas lo que hacían cuando cerraban los ojos de niños y decían “el nene no está”? ¿No recuerdan acaso que no deseaban que los demás los creyeran ausentes, tanto como volver exclamando: “¡El nene está!”? ¿No recuerdan que al volver lo que más deseaban era sorprender al mundo, aunque más no fuera por un segundo y mirarlo con esos ojos que antes no estaban? ¿Pueden apreciar cómo las preguntas me trajeron hasta aquí? ¿Desde aquí puedo ir a cualquier lugar? ¿Me puedo preguntar entonces, mientras cae la tarde en el campo y la luz del sol despeja mis ideas, cómo hacer para entrar en esa zona vacía donde yo no estoy y sin embargo puedo presenciar desde una instancia lejana y objetiva? ¿Preguntarme qué me preguntaré cuando esté allí en la zona vacía, es de algún modo similar a la invocación? ¿Cómo apareció Andrés Juárez allí? ¿Está cabalgando bajo el sol y lleva un poncho de gruesa franela?  ¿Es esa la franela de dos mundos? ¿Será tan sólida en esos otros mundos donde el capataz vive como lo es en este donde yo la toco y realmente me quedo espeluznado de pensar cómo puede aguantar sobre los hombros una prenda tan pesada, gruesa, áspera y sobre todo abrigada? ¿Es esta la prueba definitiva de que es un fantasma? ¿Me ha dado la mano alguna vez que yo pueda recordarlo con contundencia y que pueda volver a sentir en mi mano la suya, con todos sus callos? ¿O sólo recuerdo haber visto los callos?  ¿Sólo imaginé, nada más verlas, la aspereza insoportable de sus manos? ¿Esa aspereza imaginada, podía realmente llegar a afectarme al grado en que llegó a hacerlo? ¿Tiene el poder acaso un fantasma de inducirme percepciones falsas en las que imagino vivencias de las que solemos llamar reales? ¿En qué zona de la conciencia estoy mientras dura la supuesta vivencia? ¿Cómo mantengo la atención dentro de esa zona de experiencia? En definitiva ¿Cómo sostengo el mundo mientras estoy allí dentro? ¿Sólo yo soy capaz de experimentar un modo de percibir como un “estar dentro” de alguna situación o contexto? ¿Las demás personas están dentro de algún sitio mental también cuando perciben lo que allí fuera hay? ¿Cómo pueden saber acerca de sí mismas que ya están dentro de ese lugar cuando llegan al mismo? ¿Cómo puedo saberlo yo cuando me pongo en comunicación con ellas y llegamos juntos o paralelos a ese lugar inefable? ¿En qué se parece ese momento de comunicación con los momentos que vivo con mi tía abuela Teresa, la ex madre superiora de un convento al que me hubiera gustado concurrir a estar un tiempo con ella? ¿Cuándo le encuentro los parecidos, puedo afirmar que se trata de la misma experiencia a partir de una serie de similitudes? ¿Serán las famosas siete semejanzas con las que tienen entretenido al público en los periódicos de mayor tiraje? ¿Mantener el cerebro entretenido en esas bobadas, que disgustan a mi papá, debilitará a las neuronas a grados extremos, como mi mismo progenitor declara? ¿Cómo hice para parar mi atención en esas cosas, en cierto momento de mi joven vida? ¿Habrá más opciones de las que en el colegio ofrecen casi como únicas de innato y adquirido? ¿Cómo le llamaré a esas nuevas opciones?  

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