viernes, 25 de abril de 2014

Intensivo de coaching para escribir por Héctor D’Alessandro

Intensivo de coaching para escribir por Héctor D’Alessandro
26 de abril, Centro Recreativo Xalapeño. 
De 10 A.M. a 8 P.M. con intervalos para comer y descansos.
Xalapeños ilustres 31, esquina Insurgentes (Zona Centro) 
Informaciones e inscripciones al móvil de Telcel 55 3448 6383 o al mail: hectordalessandro@yahoo.es
Precio: 350 Pesos Mexicanos
En este curso de coaching (entrenamiento) para escribir aprendemos mediante modelos de aprendizaje dinámico de alto nivel recursos o capacidades y adquirimos instrumentos en dos áreas al mismo tiempo:
1. A nivel del trabajo con los textos
2. A nivel personal

1. A nivel del trabajo con los textos.

En este curso de coaching (entrenamiento) en escritura, adquieren habilidades de lectura y escritura nuevas y diferentes.
Adquieren la habilidad de leer textos enfocando la atención en otros aspectos y dimensiones de la lectura y de la escritura.
Y aprenden a hacerlo de modo mecánico, tal y como aprendieron en su día a leer, por ejemplo, buscando cuál es el tema de un texto, o cuáles son las cualidades estilísticas o morales.
Solo que ahora aprenderán a leer “cómo lee el ojo”. Qué orden da la mirada a las frases y cómo las jerarquiza y de qué manera prioriza a unos modelos por encima de otros.
Y cómo el cerebro ordena los contenidos en representaciones que guardan siempre un orden de acuerdo a la persona que lee: visual, auditivo, kinestésico, gustativo, olfativo.
En la lectura habitual, se sigue el hilo del autor y se prescinde de los elementos estructurantes del discurso y de las frases y párrafos, que el cerebro ya conoce. Aquí enseñamos a leer de tal manera que el alumno aprende a ordenar de manera mecánica cualquier escrito de modo tal que ningún texto tendrá ya dificultad para el alumno por elevada que se su calidad, complejidad o barroquismo.
Aprenderá a reconocer y utilizar los Niveles neurológicos para ordenar cualquier texto.
El cerebro no ordena un texto de cualquier manera y no resuelve tampoco un problema de creación narrativa o ensayística de cualquier manera sino siguiendo un orden de preguntas y jerarquías que son los niveles neurológicos. Pero, no se pregunta de cualquier manera sino de unos modos concretos. Este tema es el núcleo de mi libro “Coaching para escribir con PNL”. El alumno aprenderá a preguntarse de modo adecuado y acorde a cómo el propio cerebro lo hace, para descubrir siempre el modo de crear más y más y de modo excelente.
Aprenderá también a utilizar el Modelo PLICA, (personas, lugares, información, cosas, actividades) de programas mentales que intervienen en la construcción de cualquier narración o texto.
Cómo gestionarlos, para que a la hora de escribir el cerebro trabaje a favor de nuestras preferencias habituales.
El alumno adquirirá la habilidad de leer de otros modos, más propios de un creador de textos que de un gramático o de un lector relativamente preparado.
Aprenderá al menos dos modelos de auto-indagación (preguntas-respuestas) que le permitirán hablar consigo mismo de un modo que le facilite a su propio cerebro continuar escribiendo y creando.
Todos los textos y discursos (escritos y orales) están ordenados siguiendo pautas individuales. Pero todos están estructurados con una base de programas elementales (“metaprogramas”) que ordenan toda la experiencia humana.
En este curso se aprende a partir de la experiencia con los propios textos y de los otros alumnos, cuáles metaprogramas utilizamos inconscientemente para ordenar y crear nuestro discurso oral y/o escrito.
Aprendemos entonces cuáles son nuestras fortalezas y cuáles recursos o fortalezas aún no hemos activado.
Hasta aquí en lo que tiene que ver con el trabajo en textos. A continuación el resumen del trabajo personal.


2. A nivel personal
A nivel personal el alumno aprende:
A leer en el cuerpo (sistema neurofisiológico) de los otros alumnos y de sí mismo cuándo se encuentran en un estado de alto rendimiento en creatividad.
Esta parte es netamente experiencial
Aprenderán a reconocer ese estado de alto rendimiento en las áreas importantes: postura corporal, actitud física, neurológica y pensamientos habituales en el momento de máxima creatividad.
Este aprendizaje facilita el que el alumno pueda acceder conscientemente y a voluntad a su particular modo de estar en actitud creativa y en la postura personal más adecuada para esa persona en concreto.
De este modo aprendemos a utilizar en nuestro beneficio el “estar” en la actitud y postura personal creativa.
Saber cuál es la postura física personal de máximo potencial es muy importante en esta área y en todas las áreas de la actividad humana.
Porque nos permite acceder de modo claro e inmediato a nuestra máxima capacidad de atención, concentración e incremento de la memoria.

lunes, 21 de abril de 2014

Escritor uruguayo escribe novela en 30 días en la librería Rayuela de la ciudad de Xalapa




Con la periodista decana Rosalinda Zárate y S.


                                                        Con el Alcalde Américo Zúñiga

sábado, 19 de abril de 2014

Todos los que estábamos en y de la Librería en el momento de poner la palabra FIN

                             Aquí, la mayor parte del equipo de la librería. Aidee (propietaria)
                             Julian, Jorge, Pablo, Yo, Irais.

Fin de la novela "Los ojos de mi madre". Buen augurio y registro del ISBN






A las 16 horas y 44 minutos en Xalapa-Enríquez puse la palabra FIN a mi novela y al tiempo que lo hacía, unos enamorados se reconciliaban a besos frente a la vidriera que tengo detrás donde esta pegada la publicidad de mi actividad. El mejor de lo augurios para esta novela que se titula "Los ojos de mi madre". Mis ojos me han permitido ver esta señal. A las 17 registré el ejemplar original completo y a continuacion subo la foto del ISBN. En los próximos dias, una vez corregido el libro, lo entregaré a la editorial. Muchas gracias a todos. 
Héctor D'Alessandro

Las fotos que me hizo Citlally Vazquez Arguelles.




México de luto por el fallecimiento de García Márquez; "el hombre que se hizo querer".


Con Ricardo Flores de Comunicación Social del Municipio.

                             

Citlally Vazquez Arguelles, de Comunicación Social del Municipio.

                              Citlalli, de comunicación social del Ayuntamiento.

Literatura líquida. Novela. Día 30. Entrada 30.

Me sentí feliz al lado de mi padre despidiéndome de mamá como hacía tiempo no me sentía, un sentimiento de orgullo a la vez, de alegría por tener un padre tan sensible y honorable que me regalaba este momento, sentimiento de orgullo por estar juntos en un acto tan importante y saber llevarlo adelante. Con el paso del tiempo me di cuenta que como niño lo que necesitaba era que me dieran esa importancia, esa sensación de que valgo y de que soy suficientemente grande para afrontar circunstancias difíciles. Ser grande o ser cómo los grandes es probablemente el sueño más motivador que pueda tener un niño a su alcance, el deseo de hacerlo con tanta pericia como ellos saben seguramente hacerlo. Esta idea y las sensaciones de ella derivadas me mantenían en pie ante el cuerpo de mi mamá y me motivaban para seguir animoso y optimista en el futuro. En ese momento una emoción me desgarró de arriba abajo, el deseo enorme, más grande que todo mi cuerpo, de expresarle a mi papá mi amor, de decirle que lo amaba y que le agradecía por ser tan fuerte como un roble. Apreté entonces su mano con la mía, la apreté con toda la fuerza de que era capaz. Él sintió mi apretón y me lo devolvió revolviéndome el cabello con cariño con su enorme mano. Sólo eso alcanzó para inducirme en la suave disolución del amor, del cariño. Gracias. Podía respirar con generosa amplitud.
Allí me mantuve, en pie, recostado contra mi padre, observando el rostro de ojos cerrados de mamá y respirando el aire de la noche urbana que llegaba con prontitud y relajación a envolvernos en la calidez de su nido y conducirnos al mar de la tranquilidad.
Sospeché en ese momento, que ya nunca me volvería a separar de papá, al menos hasta que fuera adulto. Y eso también venía a regalarme una gran paz.
No sé cuánto rato estuvimos mirando el cadáver, estáticos y plácidos, olvidándonos del entorno y de lo siguiente que tuviéramos que hacer, fuera lo que fuera. Al terminar, ninguno tomó la decisión de darnos la vuelta y marcharnos, fue más bien como si la decisión se tomara por sí misma y nos atravesara como un haz de luz o como una onda magnética que tenía su propia capacidad de decisión y movimiento. Salimos de aquel sitio en silencio y tomados de la mano, y en silencio nos dirigimos al coche para ir a la casa donde la tía abuela ya había tomado el mando y la intendencia de nuestros asuntos más cotidianos correspondientes a la alimentación y la higiene.
Nosotros nos dejamos hacer y guiar por su ilustre y venerable mirada que se había vuelto más poderosa, en estas circunstancias. Alberto, nuestro primo, pasó a un papel en la sombra, calladito y anuente, se guardó sus reivindicaciones para otro momento. Andaba apenado y continuamente diciendo que en cuanto no lo necesitáramos se marchaba para la estancia en el campo; parecía en realidad que se quería ir de una buena vez pero que necesitaba que nosotros le diéramos la bendición para hacerlo. Tímido y tristón, cavilaba al poner un piecito delante de otro en su caminar, el otrora hombretón que venía de sus fiestas de fin de semana en la ciudad más cercana, vacilaba ahora con su voz de pajarito en pedir el salero en la mesa y titubeaba para pedir permiso para retirarse de la mesa.
Lo miraba y no podía creerme lo que veía, imaginaba por momentos al fiel y fuerte gaucho Juárez detrás suyo como una marmórea sombra protectora, respaldándolo y a la vez sosteniéndolo en su actual desdicha.
La fuerte sombra  de Juárez nos abarcaba a todos, ahora lo comenzaba a ver en lontananza, miraba su recuero e mi mente con solo mi ojo derecho y sabía, con una sabiduría interior cuyo origen desconocía, que no lo volvería a ver en mi vida, sin saber explicar por qué. Se esfumaba en el mirar de mi ojo derecho y con él se estaban yendo en rápida fuga muchas otras veloces sombras. Las sombras estuvieron volando en huida horizontal, vuelo rasante de arquero de fútbol. Volaban con más velocidad cuando servían de trasfondo al trasiego de la tía abuela, figura enhiesta y fuerte con las cazuelas y los cucharones.
Comenzaron entonces semanas tranquilas. Semanas de paz y azúcar más dulce, de paz y sal más salada. Como si nos entregáramos a los sabores para anclarnos en una puerta segura de la vida. Nos concentrábamos en los sabores como si estos fueran la solución de un extraño acertijo. Cómo si éstos fueran la suela de nuestros zapatos y necesitáramos saber dónde apoyábamos los pies para saber que estábamos en un camino adecuado. Yo sentía por primera vez en mi vida que volvía a querer a alguien a quien le había jurado en lo más hondo de mi corazón no quererlo nunca más: a mi padre. Y eso era, para mí, una renovación absoluta. No hubiera imaginado jamás que podía llegar a hacerlo y sentirlo. Una meta casi imposible. Y la estaba alcanzando, casi sin esfuerzo. Del mismo modo, y sabiendo que volvía a ser un urbanita, fui tomando posesión de nuevo de todos mis juguetes, libros y objetos personales tales como la colección de hojas secas de árboles que tenía guardada en los cajones de mi escritorio. Fui tomando posesión a su vez de relucientes objetos que mi papá me fue regalando para hacerme más agradable y placentera la nueva vida en mi casa antigua.  
En esa época empecé a cambiar mis intereses, pasé de las hojas secas de los árboles a los sellos de correos, y de las fotos de automovilistas de fórmula uno empecé a pasar sutilmente a las de jugadores de fútbol. Seguí aún un tiempo peleándome con las niñas como si estas fueran miembros de un equipo enemigo del de los niños; y aunque quería de todo corazón que esto no fuera así, no podía evitarlo, y ellas tampoco, me provocaban para incitarme a pelear a la mínima.
La tía se quedó aún un tiempo en casa, creo que pasó un año y medio antes de que se marchara nuevamente a la estancia donde prometí ir y nunca cumplí. Alberto se convirtió así en una sombra lejana de la cual llegaban de vez en cuando alguna noticia sobre su estado de ánimo de los días lunes, parecía haberse quedado congelado en alguna edad de su vida y como un disco rayado no podía salirse de ese surco repetitivo. Juárez se disolvió en la niebla del olvido y la confusión y llegó un momento en que llegué a dudar hasta de su propia existencia.
Yo fui dejando atrás poco a poco al dolor que me causaba la ausencia de mi mamá y fui sustituyendo aquella felicidad imposible de sustituir con otras presencias queridas. Me concentré durante algunos periodos en ocuparme de papá, lo vigilaba todo el día como un guardián temeroso de que me lo fueran a robar.
Sólo volvía a ver una vez más a mi extraño y oscuro amigo imaginario. Se me reveló de pronto una noche, cuando ya llevábamos unos cuantos meses de la partida de mamá.
Yo estaba soñando que caminaba por el bosque, el querido bosque subjetivo, y entraba en un camino entre árboles de los cuales se desprendían unas agitadas y volátiles fibras blancuzcas como algodones colgantes, como gigantescas babas del diablo, guedejas de un diablo viejo que jamás hubiera ido a la peluquería. Melenas blancas de los árboles. Las apartaba como a cortinados enormes de los bosques y avanzaba un paso tras otro hasta que comencé a oír un conocido ruido de pasos apresurados. Los pasitos de un ser o unos seres que corrían a esconderse de mi presencia. Miré a un lado y otro de la gran floresta y los poderosos músculos de las ramas de ombúes colgantes por todo alrededor. Comencé a perseguir esos pasitos, me guiaba por el oído y de pronto, sin quererlo, cerré los ojos y eché a correr detrás de aquel familiar sonido, cada vez más cerca, más cerca, sospechando una presencia conocida. Hasta que de pronto pareció acabar el bosque o acabar el sonido del bosque, el sonido de mis propios pasos agitados y abrí los ojos, viendo por un momento pasar la fugaz sombra oscura de mi amigo, no sé cómo en ese momento me di cuenta de que era la última vez que lo veía, entonces abrí muy, muy abiertos mis ojos, como para apreciarlo en toda su plenitud. Y él se detuvo en su huida por el bosque y se giró para mirarme. Lo aprecié entonces en toda su magnitud y grandeza, toda la belleza de su enorme oscuridad. Pude ver el brillo por primera vez procedente del fondo de sus ojos, como la sonrisa de oro de un viejo pirata, y algo me sopló al oído el gran secreto que hasta ahora quizás no quería acabar de ver, y este era que aquella extraña y sombría presencia era la muerte, nada más ni nada menos que la famosísima Muerte, así, con mayúsculas. Me había hecho compañía por algún extraño motivo incomprensible de la vida de mi alma, y como yo era un niño de puro corazón, nada podía asustarme y nada podía provocarme tal molestia como para rechazarlo definitivamente. La Muerte había venido para llevarse a alguien y ese alguien no era yo, era mi mamá y durante casi un año me hizo fiel compañía, familiarizándome con su aroma y con su sutil y a la vez contundente presencia. Todo eso pude ver en mi extraño sueño. Todo eso pude aprender en mi extraño sueño. Y al despertar continuaba a mi lado el sabor de aquel duro y misterioso aprendizaje.
Luego de aquel día, no volví a soñar con mi amiga la Muerte, que tanto me había entretenido mientras yo creía que se trataba de un amigo imaginario. De hecho, comenzó una época diferente, de aristas rectas y luminosas aceras en las cuales la vida pareció deslizarse cada vez más de un modo parecido a las películas, donde todo conduce a un fin y donde todo tiene una razón de ser para estar allí y para explicarse, a la larga o a la corta. Un mundo de luz donde ya no tuvieron más lugar durante muchos años los sueños pegajosos y llenos de las encrucijadas propias de los bosques de la noche. Dejé de ver amigos imaginarios, a medida que cada vez estaba más y más preocupado por unos granos rebeldes que me salían en la cara cuando me extralimitaba en el consumo de salami o comidas picantes. Dejé de verlos también en la medida en que fui entrando en la idea de que tenía que relacionarme más y más con las chicas y si alguien mencionaba en mi presencia esas costumbres propias de niños más pequeños, no diré que cambiara de tema, pero algo en mí se sentía extrañamente molesto, pero no se trataba de una molestia aguda y quisquillosa sino de una vaga molestia que se manifestaba como un susurro de la conciencia, como algo que se iba quedando poco a poco en sordina. Poco a poco en silencio. Hasta apagarse definitivamente, el definitivo de los humanos, que nunca es para siempre, aunque así lo creamos a pie juntillas.
Durante un tiempo me quedó en la mente la imagen evanescente del bosque poblado de sombras blancuzcas de aquellas babas del diablo semejantes a telarañas blancas de algodón que pendían de las copas más altas de aquellos gigantescos ombúes. Yo me deslizaba con breves pasos debajo de aquel bosque de entreveros botánicos. Me alejaba en dirección a alguna corriente de agua que me llamaba con el campanilleo constante y fluido de su corriente golpeando contra unas estribaciones coralinas. Al fin llegué a ese sitio, un sitio perfectamente definido en mi memoria, de tal manera que no sabía a ciencia cierta si se trataba de un recuerdo verdadero o inventado o un sueño de definidos y tenaces contornos. Sólo sé que avancé en aquel sueño o recuerdo verdadero y supe con todas las células de mi cuerpo que no tenía vuelta atrás, que había entrado en una suerte de ciclo vital sin retorno, que quizás no podía mirar hacia atrás so pena de recibir algún tipo de castigo como convertirme en piedra, en sal marina o en un sapo verde. Y al final de aquel sueño sí que había una corriente de agua envuelta en brumas y apartando los cortinados blancos de aquellas guedejas blancuzcas sé que di un paso definitivo que despertó a mi pie con el frio del agua. Sé que crucé aquel rio o arroyo blanco del olvido y algo en mi interior se resignó con calma a dejar atrás para siempre a los seres imaginarios y a la Muerte. Ahora me aprestaba a vivir como si fuera inmortal, tal y como viven los seres humanos adultos, como si fueran a vivir para siempre. Entré en la vida sin fin en la que no te preocupas por la decadencia ni conoces la podredumbre y donde básicamente te olvidas. No sabía cuántos años estaría sin volver a ver nunca a los extraños claros y oscuros seres imaginarios que pueblan todas las infinitas dimensiones que nos rodean. No sabía que estaba postergando para siempre, el para siempre de los humanos adultos, el encuentro con la muerte, pero sí sabía algo muy importante, que había conocido de cerca ese gran tránsito y había venido a mi familia a aprender qué hace uno que cuando pierde al ser más amado, y qué hace uno con pérdida, como se hace para vivir en las propias células la esencia de la gran transformación. No tenía en ese momento en que crucé el río onírico, mucha noción sobre el futuro, pero sí poseía en toda mi carne una convicción aprendida por la experiencia, y esta era que un día volvería a la memoria general de la especie, un día, dentro de mucho tiempo, volvería a ver a mi amiga la Muerte. Y en ese instante, si mi aprendizaje había resultado adecuado, la miraría a los ojos, ahora sí, en aquel momento sí, y mirándola a los ojos me iría con ella, si me venía a buscar, pero lo haría de ese modo, mirándola fijamente, y vivo, bien vivo.
FIN
  
En Librería Rayuela
Xalapa-Enriquez
21 de marzo - 19 de abril de 2014






Acabando la escritura.


La opinión de Erzengel Eds.

                               Las bonitas palabras de Erzengel, una opinión que valoro mucho, porque ella es una escritora con una cultura y un saber hacer muy propio de las redes y cuenta con un acopio de experiencia importantes; y porque desde la primera hora ha estado allí dando ánimos. Cuentas conmigo siempre, ya lo sabes amiga escritora!!! ¡¡¡Un gran abrazo!!!

Los ojos de mi madre. Novela. Último día de redacción ante cámaras, en publico y online.

                               19 de abril de 2014, ultimo día de escritura, en público y ante 
                                         cámaras, online, de la novela "Los ojos de mi madre".

Cómo nos han seguido. Literatura líquida. Los ojos de mi madre.


viernes, 18 de abril de 2014

jueves, 17 de abril de 2014

Noriciero del Telebachillerato notiteba 12 abril

Literatura líquida. Novela. Día 28. Entrada 29.

Él preparó nuestro regreso a casa, íbamos todos juntos, la tía abuela, el primo, yo y él. Juárez se quedó en la estancia; yo tenía la extraña sensación de que no volvería en mucho tiempo a la finca. Íbamos con la boca cerrada, inundados por un sol frío y la pesada tristeza que nos aplastaba contra el respaldo de los asientos. De esta manera recorrimos quilómetros y quilómetros y de vez en cuando nos interrumpía el primo Alberto con alguna frase que pretendía sembrar un poco de buenos ánimos pero que acababa hundiéndonos más en el pozo de la angustia. Sentía cansancio y agotamiento solo de estar sentado en el asiento del coche y mirar el horizonte que nos dejaba continuamente atrás con sus vacas de aburrida mirada y de vez en cuando un árbol alicaído que parecía hacernos un lánguido saludo. Iba yo sentado a la derecha y nada me costaba seguir la línea del paisaje con mi ojo especializado en futuros. El ojo derecho. Parecía que el futuro allí registrado con alta velocidad no traía dolor ni asperezas sensoriales de ningún tipo. Me dejaba bañar los ojos por este flujo de imágenes líquidas que regocijaba mi vista sin permitirme la entrada en el parque de las preocupaciones. Con los ojos frescos y el corazón aquietado llegué a la ciudad y nos fuimos a ver a mamá a la funeraria; mi padre tenía particular interés en que yo la viera. Y la verdad es que nada más verla lo que me invadió, contra todo pronóstico, fue una enorme tranquilidad. Como si algo dentro de mi adquiriera certeza al fin de que mamá no se había evaporado. De que no me quedaría con la desagradable impresión de que la perdí realmente, de que se me quedó olvidada en un recoveco en el camino y nunca la podría volver a ver una vez más para decirle que aquí estoy, de que me la llevo en la mirada a conciencia. Sin la posibilidad de dirigirle mis palabras, aunque sólo fueran silenciosas. Palabras de despedida; de hasta luego, de hasta la próxima vez que nos veamos. Era muy raro experimentar la felicidad de verla aunque fuera muerta. Una sensación de descanso y de retozo 

miércoles, 16 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 27. Entrada 28.

Qué gran maravilla volver a tener un padre, esto me liberaba de la pena de no hablarle nunca más, un propósito demencial que me había planteado. Realmente tenía todos los pensamientos desmantelados, todo lo que constituían mis referencias y seguridades más firmes, se habían ido a la mismísima porra. No sabía en su día que podía detestar un poco a mi padre; pero no sabía tampoco que podía volver a quererlo tan rápido. Lo ponía ante mi mirada, sorprendido del cabio, y cerraba mi ojo izquierdo a ver si lograba vislumbrar cómo sería nuestro futuro y me costaba un poco imaginar que estábamos de nuevo juntos y que vivíamos de nuevo en la misma casa, pero si podía sentir el inmenso amor que sentía por él, acrecentado ahora por la segura falta de mamá. Quería que él me quisiera como los dos juntos; como si eso fuera una suma posible y de carácter automático. Pensaba, de una manera algo loca, que al estar solo, me querría como los dos, como si él fuera a multiplicarse por dos personas y que el amor fuera a aumentar de un modo proporcional. Sólo deseaba que llegáramos de una vez para ver a mamá muerta; necesitaba verla, necesitaba ver la cara de papá al verla muerta delante mío. Y necesitaba entenderlo con una imagen que me lo confirmara, ella dentro de un ataúd, por ejemplo. Para luego sí comenzar a matarla definitivamente en mi mente. Sacarla por completo de mi memoria. Entender al fin que no la vería más en movimiento, que no escucharía más su agradable voz. Que, aunque lo deseara, no podría sentir más su amor como procedente de su persona y su cuerpo, sino que tendría que volver a sentirlo dentro de mi cuerpo sin que ella pudiera participar. ¿Cómo se recrea el amor cuando falta uno de los co-creadores? No lo sabía, sólo me concentré en un sobreviviente. Lo único que estaba a mi alcance y sabía hacer. Estaba expectante de las sensaciones nuevas que empezaban a sucederse, no hacía nada, solo dejaba que papá decidiera e hiciera, como un capitán de barco experimentado en el cual confiamos los grumetes. Y callado la boca lo acompañaba arriba y abajo dejando que él resolviera como mejor sabía todas las circunstancias nuevas que nos envolvían. Cuando llegó a la estancia, y luego de saludarme, entró a la casa con un aire que no recordaba en él, y que indicaba claramente que conocía las instalaciones a la perfección. No sabía cuándo había estado él viviendo allí, ni siquiera si había estado viviendo mucho tiempo o solo de visita. Me daba cuenta ahora que realmente sabía poco de la vida de mi padre, como si fuera un misterio.








martes, 15 de abril de 2014

Con Excelentísimo Sr. Presidente del Ayuntamiento Libre de Xalapa

Con el Excelentísimo Sr. Presidente del Municipio Libre de Xalapa, Américo Zúñiga.
¡Gracias Sr. Presidente por su extraordinario, amable y generoso apoyo a mis proyectos!
Y muchas gracias por su bienvenida a esta tierra maravillosa de Xalapa.

Literatura líquida. Novela. Día 26. Entrada 27

En esta disposición de ánimo me largué a la puerta de la casa a mirar el horizonte un día a esperar a que regresara mi papá para llevarnos. Eso pensé y di por seguro que era lo que sucedería. Y allí me puse empecinado en que tenía que esperar allí hasta que el milagro de ver nuevamente a mi padre aparecer en el horizonte, se produciría. Mi tía abuela me dijo que no esperara así, que mejor nos entretuviéramos jugando a las adivinanzas o en silencio juntos en la casa. Entendí, sólo luego de muchos años, que ella me evitaba un daño, completamente inútil, que yo me estaba infligiendo a mí mismo. Pero en aquel momento yo me quería dañar, dañarme mucho, quería sentir un dolor fuerte que me permitiera trascender esa circunstancia, como si yo quisiera gritar a muy alto volumen y buscara como excusa un buen golpe. En ese momento yo sentía un dolor que me atenazaba fuertemente y como no lograba sacarlo de mi cuerpo necesitaba hacerme más y más daño para poder sentir ese dolor profundo hasta que emergiera como el agua de una fuente subterránea.
Quería dolerme y sobre todo quería desgarrarme. Sentía un fuego en mi interior, arrasador, envolvente y que no me lo podía sacar de dentro y cuando caía agotado por esa misma emoción posesiva, luego de ratos muy largos sentado, apoyado contra el muro de la casa, en contra de la  sugerencia de Teresa, me dejaba caer, lentamente, hasta llegar al barro del suelo y ahí literalmente me desmayaba y me quedaba, sucio, y aterido por la fría humedad que me iba penetrando el cuerpo, en espera que el dolor saliera de mí, como una savia arbórea que destilara, manando hacia el fango, las hierbecitas y las hormigas y lombrices que se beberían aquel extracto de dolor.
Me hacía la víctima, pero no lo sabía. Quería llamar la atención, pero aunque me la prestaran, no habría conseguido mi objetivo de arrancar el sufrimiento de mi cuerpo y de mi alma. Y así me quedé, anclado en esa actitud inútil y frustrante, hasta que en el horizonte pareció mi padre. Esta llegada, luego de tanto y tanto tiempo, resultó un consuelo desde el momento en que vi aparecer su coche en el horizonte. Todo en mi saltaba de alegría al saber que lo iba a ver, de pronto, lo quería un montón y había olvidado todo el mal que le había atribuido en el pasado. Mi padre volvía a ser mi padre en el acercamiento; cuando lo abracé volví a sentir su olor, su olor tan rico de cuando se iba por la mañana a trabajar y yo lo encontraba muy atractivo para las mujeres, de lo cual me enorgullecía. De pronto, todo ese orgullo acerca de mi papá, me cayó encima en tanto sensación como un bloque que volviera a mí entero, como un objeto que me hubiera dejado olvidado y que ahora al recuperarlo, con él, volvieran a mí todos sus componentes emocionales. Antes de que llegara, había pensado que él me volvería a vincular con mamá y con el amor de mamá, incluso después de muerta y lo que realmente sucedió es que me volvió a vincular con él mismo antes que con cualquier otra cosa. Solo lo tenía a él, allí delante de mí y a nadie más y toda la fuerza de su presencia era equivalente a la fuerza de su amor.











Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo. En AMAZON

Narrar es un modo de pensar, de razonar. 
Y sus razonamientos están estructurados en forma de frases.
En el nivel más elemental las frases son unidades de sentido que dan forma a imágenes, sensaciones y audiciones internas del escritor o la escritora.
El resultado final de todas esas imágenes, sonidos y sensaciones se traducen en frases, de modo que las frases narrativas son los razonamientos del escritor.
La opción por unas frases y no otras y su combinatoria constituyen elmodo de razonar de cada escritor en concreto
Hasta ahora, este proceso se veía desde otras ópticas: estilística, narratología.
Pero, observado y sobre todo experimentado como razonamientos o pensamientos narrativos, permite acceder al autor al abc real de su modo especializado de usar el pensamiento, la prosa y el discurso.
El pensamiento narrativo es un proceso básico del cerebro, que ordena de este modo la totalidad de la experiencia perceptiva y representacional.
Por ello, el pensamiento narrativo está en la base del pensamiento creativo.
Todos los otros modos de pensamiento, surgen y se basan en este.
Por eso, acceder de nuevo a este modo de pensamiento, activarlo otra vez como una capacidad real y primigenia, no solo permite escribir creativamente.
Facilita el que pensemos pensamientos de mayor calidad y claros, eficaces, diferenciados y excelentes.
Esa misma claridad permite filtrar todo el material sobrante y por tanto la memoria comienza a trabaja de nuevo en un nivel de máximo desempeño.
En mi libro “Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo” despliego y explico las bases de este pensamiento y cómo se estructura en tu cerebro, quieras o no.
En mis talleres entreno a tu cerebro para que recupere esta capacidad que te permite estar creativa en todos los momentos de tu día.

Héctor D’Alessandro
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Entrevista con Ángel Rafael Martínez Alarcón

                                         Entrevista Shalom, emisora de la Archidiócesis.

Entrevista con Héctor D'Alessandro Sala, escritor uruguayo. 14-IV-2014

lunes, 14 de abril de 2014

Literatura líquida Novela. Día 25. Entrada 26.

Aquellas lágrimas me devolvían cada poco tiempo al ciclo de permanente duda en que vivía por esos días. Me desorientaban por completo y me ponían en una situación emocional insoportable porque no sabía a qué atenerme, yo preguntaba de continuo si estaba pasando algo que debiera saber y nadie me acababa de responder.
De modo que sólo pude responder que deberían habérmelo dicho antes y que no estaba bien que estuviera tan alejado de mi madre el día en que la tía abuela me agarró por los mofletes y mirándome directo a los ojos me dijo.
     Escúchame bien, tengo que decirte algo. Tu mamá se fue al cielo.
              En el momento en que me lo dijo me quedé inmediatamente mudo y no supe realmente qué responder. Un sinfín de imágenes superpuestas las unas a las otras pasó por mi mente en fracción de segundos y mis ojos se congestionaron hasta que las lágrimas se abrieron paso, me derrumbé y al hacerlo me zambullí en los brazos de la tía abuela Teresa. Recuerdo que por un extraño momento vi en la cámara de mi mente a mi madre con forma de pájaro volando al cielo. Como una blanca paloma inmaculada. Estas extrañas imágenes contribuían a confundir más y más a mi atribulado cerebro. Todo en mí se disolvió de pronto, no tuve conciencia de tener un cuerpo, mis piernas flojas y mi vientre experimentando la centrifugación de un vacío y un vértigo tremendos, mi mente sin ocupación alguna y el mundo a mis pies que se abría como el vacío gigante de una abismo.
            ¿Cómo sería un mundo sin mamá? ¿Cómo sería un mundo con la conciencia de que ya no estaba mamá? De hecho, hacía casi un año que no la veía y mi padre tampoco venía demasiado a verme, con lo cual tenerlos o no, era un evento que para mí ya estaba zanjado: no tenía padres en los hechos, pero sabía sí que podía contar con ellos allá en la lejanía de la ciudad, de la capital, o al menos imaginarme que contaba con ellos. Ahora en cambio no sabía que podía pasar, ni siquiera sabía qué iba a pasar con papá que a todas luces pensaba vivir muchos años más y a quien empezaba a odiar un poquito y a reclamarle internamente que se muriera también, como si tuviera la culpa de la muerte de mi mamá. Lo acusaba de separarme de ella e impedir así que con mi amor y a fuerza de besos y abrazos la curara. Sí, me decía mi mente, mi papá es un asesino. Y yo mismo me veía como un santo con poderes sobrenaturales, un dechado de bondades al lado del maligno, que estaba encarnado por mi papá. Yo habría podido salvar a mamá con la fuerza que emana de mi corazón, mis manos habrían emitido un rayo poderoso y curativo que la habría levantado de entre los muertos y las habría devuelto a la belleza y a la vida. ¡Ay, qué linda era mi mamá! Y ahora imaginarla devorada por los gusanos. En mi mente le pedía a los bellos gusanitos —sólo podían ser bellos los gusanitos que devoraran a mamá— que lo hicieran con delicadeza y cariño. ¡Vaya pedido! Y los imaginaba como a personajes de unos dibujos animados con caritas rechonchas y sonrisas diciendo que la carne de mamá era deliciosa y muy sana para sus cuerpecitos. Esas eran mis maneras de imaginar que mamá contagiaba su dulzura y su riqueza al mundo, a la naturaleza y a la vida. Era mi manera de encontrarla vinculada a la vida que yo podía apreciar en todo el alrededor: plantas, ríos, tierra, fango, mierda de caballo, plantas, frutas, decadencia y vitalidad. Yo había venido a la vida a convertirme en un observador de la transformación y ahora la vida me daba el golpe más grande que nadie pueda imaginar. Me arrancaba la más poderosa y contundente de mis conexiones con todo lo vital: a mi madre.
 Sólo quería ir a verla, aunque estuviera cadáver no me importaba, quería verla, abrazarla, darle un gran beso. Y mi tía en ese momento no me servía porque se mostraba evasiva, en realidad no sabía que iba a planificar mi padre y estaba esperando a que él resolviera. Mi primo Alberto estaba depresivo y mustio y en su cara se dibujaban sus preocupaciones acerca de la famosa herencia. Unas preocupaciones que ahora además tenía que disimular porque mi tía le había dicho que no era momento de aparecerse con esas reclamaciones, que quedaba muy mal y lo hacían aparecer de una manera que él no era. Él era un hombre muy generoso y lleno de cariño por los demás, decía mi tía, y era verdad, lo que pasa que el primo no acababa de entender, siempre según mi tía, los mecanismos de la vida. Yo no acababa de captar a qué se refería exactamente la tía con esa expresión pero no era algo que en ese momento me interesara, luego sí empecé a comprenderlo cuando vi que el primo se desmoronaba por la culpabilidad al corroborar que mamá había muerto. Si en ese momento le hubiera dicho que se trataba de un asesino, él me habría dado la razón, aceptando todas sus imaginarias culpas. Andrés Juárez en cambio estaba en un circunspecto papel secundario. Yo lo miraba con una extraña inseguridad y respeto hacia su persona. A esta altura no sabía qué pensar. Me amedrentaba un poco cuál pudiera ser su juicio acerca de mi persona. Me asustaba la posibilidad de que me hubiera oído decir que era un fantasma y que estaba muerto. Y al tiempo me aterraba la posibilidad de que pasados unos años preguntara a mi tía abuela acerca de Juárez y me contestara que de quién hablaba. Estas posibilidades eran y no eran reales para mí. Todo estaba en cualquiera de los casos, en la existencia. De modo que cuando empacamos todo para viajar a la capital y nadie mencionó a Juárez y ni siquiera dijeron que se quedaría solo a cuidar la casa a mí no me pareció que fuera un detalle sospechoso sino lo más normal, tratándose él de un fantasma inexistente.
Todo, todo me pesaba enormemente, y trasladar mis pies caminando era como arrastrar pesados muebles antiguos que se negaban a ser cambiados de sitio. Mi cuerpo estaba más seco aún, y mi cerebro espeso como si estuviera lleno de arena. ¿Cómo se puede pensar con el cerebro lleno de arena? Al volver de la playa hay que lavar el cerebro. A alguien puede parecerle raro o chistoso pero pensaba este tipo de pensamientos sin rumbo; del mismo modo que antes me había pasado meses en un bosque interrogativo haciéndome preguntas y más preguntas. Y justamente creo que aquella larga práctica en preguntármelo todo, fue lo que me sirvió de preámbulo a este nuevo estado donde aterrizaba sin más un chiste como para despejar el panorama de agobio y aplastante tristeza.
En los mejores momentos imaginaba a mi mamá muerta y le juraba con todo mi corazón que sería animoso, bien humorado y feliz en su nombre. Que ser feliz era lo que ella me había regalado, y eso era lo que más me levantaba el ánimo y lo que más me estimulaba a seguir por la vida poniendo un pie delante del otro. Y eso que también había aprendido de ella a encerrarme en mi habitación y tumbarme en la cama a oscuras, algo que no podía aguantar durante mucho rato, a diferencia de ella que pasaba días y días a oscuras. Como niño competía en todas las competencias y esto lo convertía en una competencia más, pero no era en la que pudiera ganar.
Me resultaba mucho más fácil ser feliz.

En Radio Mundo40 con Jorge Vera. Héctor D'Alessandro

Hector D'Alessandro Sala, en Mundo 40 (+lista de reproducción)

domingo, 13 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 24. Entrada 25

Yo no quería que nadie se ocupara de mi bien, no quería en absoluto que la sombre del bien comenzara a dañarme, ya conocía, desde muy reciente tiempo, las consecuencias, nefastas en principio para mí, obtenidas por mi papá en su intento por practicar la bondad. Mientras estaba allí pensando estas cosas, todas las palabras que mis parientes soltaban se iban vertiendo como plomo fundido en mis llagas más abiertas.
Mamá, no te mueras.
Eso es lo que me hubiera gustado exclamar, pero tenía que atenazar la lengua y todo mi interior porque se me hacía que me iba la vida en ayudarlos a ellos a mantener ese secreto ante mí.
Me puse a llorar desconsolada, interminablemente.
Mi mente se llenó de imágenes horribles de mi mamá muriendo sin mí, allá sola en la ciudad. La veía en su habitación haciendo girar sus ojos en círculos sempiternos. Sola y atontada a consecuencia de los medicamentos; sufriendo pero sin saber en superficie que está sufriendo. Sufriendo en el fondo pero con una postergación eterna inducida por los medicamentos; me sentía uno con ella, creía que si me dolía a mí su dolor, ella podría salvarse. Exclamaba en silencio en mi mente y en mi corazón. “Dios mátame en lugar de a mamá, llévame contigo”. Quería fundirme en un abrazo con ella y hacerle sentir mi amor como nunca antes lo hubiera sentido, hacerle sentir mi amor de modo tal que no pudiera menos que curarse con la descarga monumental de la energía de mi gigantesco amor.
Entonces, me puse de pie y me alejé de las casas en dirección otra vez al medio del campo, mi amigo me perseguía, callado e inmutable, ahora se parecía a la muerte, y llegando al medio de una llanura detrás de un cerro, abrí los brazos, los extendí al cielo y sentí que de las palmas de mis manos apuntadas hacia el cielo salía una energía que se conectaba directamente con la energía poderosa del dios del rayo. Que dios y yo éramos solo uno y que toda la energía del universo estaba pasando a través de mi cansado, seco y cambiante cuerpo y que todo el dolor del mundo pasando a través de mi cuerpo subía al cielo en un intercambio sagrado.
Estaba seguro de que mamá desde su cama sentía le fuerza invencible que allí se estaba produciendo y que ésta reponía de manera vibrante su  salud en todas las venas y en todas las arterias de su cuerpo.
—Dios, volví a gritar, ahora con toda mi voz, deja que mi mamá viva un tiempo más.
Entonces la luz del rayo me fulminó con un estampido ensordecedor y caí desmayado no sé cuánto tiempo, y al caer vi a mi amigo que se fundía con la oscuridad del horizonte en una nube que se acercaba como un tornado y se lo llevaba, tragándolo en su remolino con extrema violencia.
Me recogieron un rato más tarde y me llevaron a la casa, mi tía abuela estaba preocupada por mí. Me cuidaba con mucha aprensión y ansiedad, no era lo normal en ella, dueña de un pasmoso aplomo. De lo cual se debía suponer que su preocupación por mi salud y mi vida era intensa y verdadera.  
Estuve casi dos semanas en cama. Durante ese tiempo, Teresa y yo nos hicimos más amigos y llegué a quererla todavía más.
Se sentaba largas horas a la orilla de mi cama y me miraba, oraba, en otros momentos miraba a la pared absorta y continuaba moviendo los labios. No sabía yo que se podía llegar a preocupar tanto por mi pequeña persona, y lo encontraba por momentos excesivo a aquel movimiento de afecto en el padecimiento.  La miraba orar y cansarse mientras lo hacía y mientras sus ojos se entrecerraban los míos querían acompañarlos, a veces me daba la impresión de que empezábamos a soñar juntos. Varias veces al despertar le dije que estaba soñando que volvía a mi vida una serie de personas que hacía tiempo que no veía y que junto con ellas venía la sombra de un amigo mío imaginario que ahora se había largado de mi vida, y ella me contestaba que estaba soñando lo mismo. Yo no me lo podía creer pero por amor aceptaba sus palabras; luego también me entraba la duda acerca de sus afirmaciones pero volvía a concederle crédito a sus palabras. Así hasta que un día la vi que dormida me decía a todo que sí, que ella también, que por supuesto y eso me enojó mucho, me dio la sensación de que me trataba como a un niño pequeño, y yo ya no era un niño pequeño, era algo mayor y no me gustaba que me siguieran la corriente por quedar bien ni que me dieran la razón como a los locos.
Le grité que no me hiciera eso y su respuesta fue abrazarme y disculparse, y al soltarse y levantarse de la cama con la excusa de que iba al baño la vi que se secaba las lágrimas.

Narrar es un modo de pensar. Pensamiento narrativo con Héctor D'Alessandro

Narrar es un modo de pensar, de razonar.
Y sus razonamientos están estructurados en forma de frases.
En el nivel más elemental las frases son unidades de sentido que dan forma a imágenes, sensaciones y audiciones internas del escritor o la escritora.
El resultado final de todas esas imágenes, sonidos y sensaciones se traducen en frases, de modo que las frases narrativas son los razonamientos del escritor.
La opción por unas frases y no otras y su combinatoria constituyen el modo de razonar de cada escritor en concreto
Hasta ahora, este proceso se veía desde otras ópticas: estilística, narratología.
Pero, observado y sobre todo experimentado como razonamientos o pensamientos narrativos, permite acceder al autor al abc real de su modo especializado de usar el pensamiento, la prosa y el discurso.
El pensamiento narrativo es un proceso básico del cerebro, que ordena de este modo la totalidad de la experiencia perceptiva y representacional.
Por ello, el pensamiento narrativo está en la base del pensamiento creativo.
Todos los otros modos de pensamiento, surgen y se basan en este.
Por eso, acceder de nuevo a este modo de pensamiento, activarlo otra vez como una capacidad real y primigenia, no solo permite escribir creativamente.
Facilita el que pensemos pensamientos de mayor calidad y claros, eficaces, diferenciados y excelentes.
Esa misma claridad permite filtrar todo el material sobrante y por tanto la memoria comienza a trabaja de nuevo en un nivel de máximo desempeño.
En mi libro “Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo” despliego y explico las bases de este pensamiento y cómo se estructura en tu cerebro, quieras o no.
En mis talleres entreno a tu cerebro para que recupere esta capacidad que te permite estar creativa en todos los momentos de tu día.

Héctor D’Alessandro

Con Ruth y Jess


Con Paty


Aproximándome al fin de la novela.

Llevo días, en concreto seis, en que bajé el ritmo, o mejor sería decir que la novela, desarrollada, me lo ha bajado a mí. Todo el planteo necesario para llegar a esa escena cumbre que debe haber en cualquier novela, ya está puesto. Y luego, la bajada final la tengo completamente en mi imaginación. Las últimas frases del libro las sé de memoria. 
Quizás incluso termine antes del día calculado y ya podré comenzar a releerla con el objetivo de corregirla, recortar, pegar, toda una parte que hace años, antes de aprender coaching, me aburría y que ahora disfruto tanto como del mismo proceso de escritura.
La librería cerrará el día 18, que aprovecharé a tomármelo de descanso y el 19 concluiré. 
           Es decir que en los seis días que quedan se escribirán entre unas treinta y cincuenta páginas que nos llevarán directamente a la llanura donde pace la palabra FIN. 

sábado, 12 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 23. entrada 24

Pasaron días agrios en los cuales Alberto discutía en sordina con mi tía abuela y yo me devanaba los sesos imaginando sobre qué discutían o mejor dicho sobre qué cosa habría podido ser el detonante de su estado continuo y mutuamente referido de malestar. Así fue hasta que un día al volver del campo con mi amigo al lado, pasé por delante de la ventana de la cocina que abierta daba al campo y pude oír sus voces que hablaban de una herencia. Y esa herencia era la del padre de mi madre, a la cual el tío Alberto debido a un parentesco cruzado de las dos familias, también tenía derecho y quería que todo quedara claro antes de que mi mamá muriera. Yo me giré apenado y miré al campo, mi amigo estaba en cuclillas y su rostro apuntaba en mi dirección, por lo cual pude adivinar cierta expresión dentro de la oscuridad característica debajo de aquella capucha. Me pareció que se compadecía de mí pero la compasión no me cuadraba como un sentimiento muy habitual en mi amigo. Por lo cual continué mirándolo fijamente mientras aguazaba el oído en dirección a la reyerta verbal que mantenían mis parientes. Pude entender que si mi mamá moría sin reclamar algo de aquella herencia o sin que se destinara a ella la parte que le correspondía, esto causaría toda una serie de males atroces a mi futuro, el cual al parecer se convertiría según sus palabras en una suerte de pesadilla burocrática. El primo se escondía detrás de esta expresión diciendo querer evitarme males mayores; lo hacía en nombre del bien, por mi bien.







viernes, 11 de abril de 2014

Entrevista en el Telebachillerato Canal 22 Megacable.

                                   Link para ver el vídeo

Literatura líquida Novela. Día 22 Entrada 23.

Lo único que animaba mis expectativas de cambio era la presencia de mi amigo oscuro. Pensaba que con él a mi lado aunque mis familiares y mi amigo Juárez se entregaran a disputas o a otros menesteres polémicos yo al menos podría divertirme y no descartaba en absoluto la posibilidad de que mi amigo de oscura sotana me hiciera reír con algunas de sus trampas para adultos, cambiando de lugar el sombrero de Juárez, cambiándole de hornalla la sartén a la tía, haciéndole bailar en la oscuridad su traje claro al primo Alberto.
Sólo deseaba que por Dios pasara alguna cosa que alterara nuestras vidas, puesto que me encontraba como en un larguísimo impasse del que quería salir y no sabía a esta altura cómo hacerlo. Iba a un lado y otro con mi amigo y al mismo tiempo deseaba que mi tía, a quien consideraba el puntal de mi nueva familia, saliera de la obsesión en que estaba metido con problemas de herencias con mi primo segundo, deseaba que saliera de ese estado de preocupación constante y me hiciera más caso. Al darme cuenta de que le exigía nada menos que esto, me di cuenta también que la consideraba poco menos que sobre humana, alguien que estaba a un nivel por encima de los demás, y que podía decretar desde su corazón y su mente opiniones tan contundentes que a los demás no les quedaría sino obedecer o aceptar sus interpretaciones. Probablemente la consideraba de aquella manera porque necesitaba en ese momento a alguien muy fuerte que me respaldara y sin embargo estaba solo una vez más, acompañado de mis amigos imaginarios, bueno, en realidad, de mi único amigo imaginario desde hacía un tiempo a esta parte. Un amigo extraño y patoso, se caía y se le rompía un brazo o se lo arrancaba intentando abrir la puerta de un coche en marcha y se lo volvía a pegar como si fuera goma. ¿Qué quería decir con este lenguaje en escenas? ¿Me hablaba quizás de la posibilidad de reírnos de los cambios dramáticos? Cuando me estoy poniendo muy loquito se me ocurren este tipo de ideas.
Con mi madre enferma y mi padre autista comunicacional sólo me quedaban mis parientes del campo como apoyo y estímulo, si ellos se vuelven locos también y se entreveran en una trifulca emocional sin sentido, yo me encuentro de veras perdido. Al comienzo me rescató mi amigo de ese caos, que es al tiempo una caída, y luego mi tía salió al fin de la absorción total en la pelea que dirimía en lenguaje cifrado con mi primo y pareció retomar cierto interés en mi persona ya no tan pequeña; persona que comenzaba a crecer, de a poquito pero sin pausa. Y mientras yo pegaba ese estirón ella intentaba mantenerme alejado de una discusión que mantenía con mi primo segundo, seguramente por temas de herencia ya antiguos en la familia pero que ellos no acababan de soltar como si se tratara de un remordimiento.
—Tú no te preocupes, los niños han de permanecer ajenos a estas cosas y no deben afectarte, y si tú ves que yo dejo de hacerte caso, me lo dices y lo solucionamos. Pero cuando tú me veas amargada o triste, es algo momentáneo y exclusivamente mío, tienes que saber que nada tiene que ver contigo y esos asuntos en nada van a cambiar el cariño que aquí recibes. Incluso del primo, quien, aparte de estar momentáneamente con un humor desagradable, siempre te quiere. El señor Andrés también te quiere. No olvides que estás rodeado de amor por todas partes.
—Pero el señor Andrés es un espectro, ¿cómo me va a querer?
—Con mayor razón, él te quiere para siempre, no puede alterar su emoción, se quedó fijado.
—No lo había pensado.
—Pero es así.
Cuando Andrés se presentaba nosotros seguíamos con nuestro juego y el no se daba cuenta de nada.
De lo único de lo que no me daba noticias mi tía era sobre mis padres. Ninguna novedad acerca de la actualidad o caducidad de sus afectos.
Me sentí, durante muchos meses, seco por dentro, cómo si la carne de mis músculos quisiera acabarse y utilizara para hacerlo la deshidratación sin motivo. Cuando lo consultaba con mi tía y luego lo consultábamos con el médico, a quien tardábamos tres horas en ir a visitar, la respuesta era siempre la misma. Que el niño no tiene nada. Que todo es mental. Aquella sequedad, sin embargo, me estaba señalando un cambio raro que se estaba produciendo en mí. De noche no me cabían los huesos de las piernas dentro de las vainas de los músculos. Se convertían éstos en unas medias muy apretadas que ya no contenían a los huesos y parecía por momentos que se iban a romper con la misma facilidad con se rasga un calcetín. En mi mente, la sensación era de que yo ya no cabía en mí mismo, en cierto modo, no me soportaba, estaba asqueado y harto de dar vueltas sin rumbo, lo que hacía un par de semanas me parecía lo más adecuado para mi existencia, ahora resultaba un estorbo molesto en mi ánimo y en mi cuerpo, fue en esa época en que comencé a sentirme rebelde y enojado la mayor parte del tiempo, amargado era la palabra más adecuada para definir mi estado habitual de ánimo, y ese estado además me disgustaba en sí mismo porque me quería deshacer del mismo y fracasaba consuetudinariamente. Parecía que estaba poseído por ideas de decadencia, de fin del mundo pero al tiempo no las quería dejar tomar posesión de mi cuerpo y de mi alma. Todo lo de esa época me asqueaba y me quería rebelar contra la tía abuela, pero no podía puesto que ella no era suficientemente fuerte para servirme de sparring ante mi situación. Necesitaba algo o alguien más contundente, alguien contra quien rebotar con fuerza y caerme sabiendo que la caída propinada estaba llena de amor y comprensión. Ataqué a mi amigo imaginario y se apartó de inmediato riendo.
Comienzas a comprender la esencia del cambio, me dijo.

Sobre el escritor uruguayo Héctor D'Alessandro que escribe en Xalapa.

PROGRAMA de CONTENIDOS del TALLER INTENSIVO de COACHING para ESCRIBIR

Coaching para escribir con Héctor D’Alessandro
(Taller INTENSIVO 26 de abril de 2014- Centro Recreativo Xalapeño)
1.       Lectura de textos de escritores consagrados y de los alumnos.
2.       Detección del modo “natural” de lectura de los alumnos.
3.       Entrenamiento en modos alternativos de lectura.
a.       Tal y como lee el ojo.
b.      Desestucturando la percepción. Fragmentaremos la lectura para que el ojo y el cerebro empiecen a desenfocar los modos de lectura que los alumnos traen automatizados.
c.       De qué manera el cerebro “filtra” el fraseo y esto determina el modo de pensar y de ordenar el discurso escrito y el oral. De todo lo que el cerebro produce qué llega finalmente a expresarse.
d.      Cómo el cerebro utiliza para enmarcar, ordenar y codificar la experiencia de producir discurso oral y textual (Aprenderemos a identificar los principales “metaprogramas” que utiliza el sistema nervioso para ordenar toda la experiencia y en concreto la de producción de discurso oral o textual.)  
(Este apartado “d” tiene dos dimensiones bien importantes: una de orden discursivo y otra de orden neurofisiológico. En el orden discursivo se aprenderá a identificar determinados contenidos verbales que estructuran el discurso. Palabras que emergen de metaprogramas inconscientes. Y en el orden neurofisiológico aprenderemos los llamados “accesos oculares”. Una herramienta muy útil para saber “dónde está” el otro a nivel creativo y “dónde estoy yo” a nivel creativo.)
4.       Niveles neurológicos. La gran herramienta de la PNL para entender cómo hace el cerebro para ordenar de un modo eficaz cualquier discurso oral o escrito, con independencia del género.
5.       Modelo P.L.I.C.A. o también conocido como modelo de personas, lugares, informaciones, cosas y lugares. Un modelo que reúne cinco metaprogramas que son determinantes en la construcción de cualquier discurso y de cualquier estrategia perceptiva. Aquí se puede comprender de qué modo la escritura o el uso oral del discurso es un modo de conocimiento, una auténtica epistemología personal. Y cómo la utilizamos de modo inconsciente para dar el salto a una utilización consciente y por lo tanto más eficaz.
6.       Lectura corporal desde el punto de vista neurofisiológico. A qué atender para comprender si uno está o no en estado de excelencia creativa. Cómo volver a él.
7.       La respiración en el estado de excelencia. Cómo usar la respiración para ir hacia ese estado.
8.       La postura. Las estrategias Disney de acceso a la creatividad, a la dimensión crítica y a la dimensión proactiva de puesta en marcha.
9.       Activar y vivenciar por parte del alumno su estado de excelencia con el propósito de grabarlo a nivel neurofisiológico y poder acceder a voluntad al mismo.

10.   Indagación al comienzo del curso y al final del estado personal de atención, concentración y memorización y afianzar al final los recursos adquiridos para mejorar estos tres elementos. Chequeo final.

jueves, 10 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 21. Entrada 22.

¿Sería acaso ese modo de vida el que le permitía casi adivinar lo que yo estaba pensando? Así fue, con esa pregunta, que me metí de nuevo en la interacción con mis parientes. ¿Cómo puedo hacer tía Teresa para saber lo que otras personas están pensando?
     Sabiendo con honestidad lo que estás pensando tú.
     Y ¿cómo voy a hacer para no saber lo que pienso?
     Teniendo miedo a tus propios pensamientos.
     ¿Andrés Juárez le tiene miedo a sus pensamientos?
     No.
     El primo Alberto sí, ¿verdad?
     No está en mí la voluntad de afirmarlo porque entonces sólo veré eso en él, pero puedo saberlo para perdonarme por haber optado por ver eso y solo eso.
     Y  si yo tengo un gran temor ¿cómo sabré que empiezo a no ver todo lo que puedo ver?
     Porque en lugar de ver lo que hay ahí fuera, permanecerás más tiempo mirando fotos fijas en tu mente de todo lo que temes y ni siquiera existe.
                Así fue que volví a mirar todo con mi ojo derecho, para ver cómo se desarrollaban las cosas antes que verlas fijas, y cada vez que me desviaba de mi intención, rectificaba mi visión de inmediato. Así fue que empecé a ver a mi primo Alberto con los ojos de la comprensión. Estábamos sentados a la mesa del desayuno cuando percibí que se encontraba apenado y que no quería dejar que el río de la pena se desbordara y causara una inundación en la cocina o en nuestra vida. Le dije: “Tú tienes pena, primito, y no quieres sentirla”. Él me dijo que tenía razón pero que era muy difícil su vida ahora como resolverla. Cuando dijo eso tuve la sensación de que se incrementaba en él un cierto olor agrio y desagradable, un olor que lo acercaba a la decadencia y a la muerte. 
Esa noche soñé que caminaba por una bóveda oscura de la cual no se conocía la salida y a cierta altura empecé a sentir una sombra conocida que andaba a mi lado. Un humor de aquella sombra me llegaba hasta mí como una vibración que me tocaba y me atravesaba con sensaciones familiares.
Me desperté y me vino a la mente la imagen de mi tía abuela, pero ella no me resultó una fuente de preocupación, luego me vino a la mente Andrés Juárez montado en su caballo, y él tampoco corría peligro alguno, por último apareció Alberto y él continuaba allí moviéndose en su mundo nebuloso de inestabilidad pero no me transmitía ninguna sensación de inquietud o temor por su estado general o su situación. 
Me dormí y volví a despertarme varias veces en la noche y me levanté totalmente extenuado, como si hubiera estado practicando algún tipo agotador de deporte en sueños.
Esa mañana me fui temprano al campo, entraba en el paisaje como quien se pone un traje conocido, así cada día de todos aquellos meses, casi un año. Me detuve sólo mucho rato luego de caminar y caminar intentando comprender el origen de mi desasosiego. Y al detenerme después de tanto rato tuve la sensación de que me detenía luego de todos aquellos meses deambulando en un bosque de interrogantes; aquel alto en el camino me produjo la conciencia densa de que un inmenso cansancio empezaba a desatarse en mi cuerpo. Como si una máquina grande hubiera parado de pronto en su gigantesco funcionamiento. Todo el cansancio del mundo cayó sobre mi y atravesó en cascada todos mis músculos.
Caí al suelo de rodillas y luego me dejé ir de bruces, y tal como caí, allí me quedé esperando a que algo extraño pasara. Pero nada pasó que no conociera, entorné los ojos como si fuera a vencerme el enorme sueño, di una cabezada y al cerrar los ojos por unos cuantos segundos que parecieron una auténtica eternidad soñé con algo que inmediatamente después olvidé, de modo que al despertar no pude saber si estaba o no relacionado con la aparición delante de mi pequeña persona de mi amigo oscuro e imaginario, quien se ve que al fin pudo sintonizar conmigo otra vez, con su larga sotana negra y su torpeza al caminar, en cierto momento se le cayó un dedo, que, ni corto ni perezoso, se agachó y se instaló de nuevo en su sitio.
     ¿Al fin pudimos sintonizarnos?  Costó hacerlo aquí.
     No era por el espacio, era el tiempo.
    Luego calló la boca y sólo se deslizó a mi lado como permanente compañero, como loro metafísico posado en mi hombro. Su antigua posición.
Recorrí el campo en su compañía aquel día y sentí renacer en mi cuerpo la seguridad y la certeza, acabaron las constantes preguntas que en su mayor parte guiaban mis pasos pero que en términos generales me mantenían aprisionado. 
Y al llegar a casa, como si todos supieran que yo volvía a contar con mi amigo para apoyarme en él, parecían estar revolucionados después de tantos y tantos meses viviendo como en una especie de sopor o alucinación extraña y quizás en el silencio respecto de la vida que a mí desde lejos me influía, la vida de mis papás. Alberto estaba inquieto y golpeaba con el puño en la mesa. Parecía querer refrendar alguna cosa, afianzarse, pero no lo conseguía. En principio parecían hablar de alguna herencia o de algo relacionado con una herencia. Eso me asustó y le supuse cierta crueldad al primo porque pensé que le estaba pidiendo a la tía que regularizara su situación testamentaria. Todos vamos a morir pero a todos nos gusta vivir de espaldas a la muerte, como si fuéramos inmortales. Me callé la boca y me hice el distraído porque sospeché que no era un momento adecuado ni la situación para expresar curiosidad y menos disconformidad con cualquiera de las opiniones que llegara a escuchar. No se trata de que me adelantara a ninguna de las frases que ellos iban pronunciando sino de que estuviera en silencio y en una actitud vagamente aprobatoria; claro que la presencia de mi amigo era por momentos incómoda para mí porque tenía la sensación de que él se burlaba de todo lo que allí se conversaba.
No era la típica situación llamada “el niño no se tiene que meter en las cosas de los adultos” sino algo quizás un poco más difícil de comprender porque el niño no podía meterse pero los adultos no estaban dispuestos a revelar demasiado; aminoraban la aceleración de sus palabras a medida que se acercaban a zonas al parecer peligrosas o evitables de la conversación. Hacían circunloquios y emitían extrañas exclamaciones parecidas a sonidos guturales, con las que me daba la impresión que intentaban opacar algunos contenidos del diálogo, desviar mi atención de los mismos o lisa y llanamente anular mi capacidad de comprender el tema del que hablaban.
La ausencia, seguro que sólo momentánea, de Juárez, se debía con la misma garantía de seguridad a que él no podía escuchar aquella conversación. Y como el capataz era omnisciente seguro que ya se había percatado de que no podía estar presente durante la escena; por lo cual seguro estaba un paso por detrás de la acción principal vaya uno a saber dónde demonios, detrás de qué bambalina.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de estar en mi casa nuevamente; y debido a que se estaba evitando que yo captara una información que se estaba debatiendo ante mis ojos. Eso no se hacía aquí en casa de la tía abuela Teresa; hasta hoy. Yo me perdía en la mirada de uno y en la del otro buscando respuestas pero ellos estaban absortos el uno en el otro, en lo que preguntaría en la siguiente intervención, en lo que le respondería a su vez en la siguiente intervención. Se encontraban algo fanatizados u obsesivos.
Volvía a sentirme abandonado por los adultos, encerrado en mi jaula de silencio, no podía esperar de ellos atención y en el momento en que esto me sucedía venía mi negro amigo a visitarme. No podía esperar nada nuevo de lo que viniera a continuación, ya estaba viendo que se volvía a configurar la vida monótona de siempre. Yo afuera del circuito de la comunicación; extraño a todo. Me sentía mareado y confuso. No quería volver a aquello.