Lo único que animaba mis expectativas de cambio
era la presencia de mi amigo oscuro. Pensaba que con él a mi lado aunque mis
familiares y mi amigo Juárez se entregaran a disputas o a otros menesteres
polémicos yo al menos podría divertirme y no descartaba en absoluto la
posibilidad de que mi amigo de oscura sotana me hiciera reír con algunas de sus
trampas para adultos, cambiando de lugar el sombrero de Juárez, cambiándole de
hornalla la sartén a la tía, haciéndole bailar en la oscuridad su traje claro
al primo Alberto.
Sólo deseaba que por Dios pasara alguna cosa
que alterara nuestras vidas, puesto que me encontraba como en un larguísimo
impasse del que quería salir y no sabía a esta altura cómo hacerlo. Iba a un
lado y otro con mi amigo y al mismo tiempo deseaba que mi tía, a quien
consideraba el puntal de mi nueva familia, saliera de la obsesión en que estaba
metido con problemas de herencias con mi primo segundo, deseaba que saliera de
ese estado de preocupación constante y me hiciera más caso. Al darme cuenta de
que le exigía nada menos que esto, me di cuenta también que la consideraba poco
menos que sobre humana, alguien que estaba a un nivel por encima de los demás,
y que podía decretar desde su corazón y su mente opiniones tan contundentes que
a los demás no les quedaría sino obedecer o aceptar sus interpretaciones.
Probablemente la consideraba de aquella manera porque necesitaba en ese momento
a alguien muy fuerte que me respaldara y sin embargo estaba solo una vez más,
acompañado de mis amigos imaginarios, bueno, en realidad, de mi único amigo
imaginario desde hacía un tiempo a esta parte. Un amigo extraño y patoso, se
caía y se le rompía un brazo o se lo arrancaba intentando abrir la puerta de un
coche en marcha y se lo volvía a pegar como si fuera goma. ¿Qué quería decir
con este lenguaje en escenas? ¿Me hablaba quizás de la posibilidad de reírnos
de los cambios dramáticos? Cuando me estoy poniendo muy loquito se me ocurren
este tipo de ideas.
Con mi madre enferma y mi padre autista
comunicacional sólo me quedaban mis parientes del campo como apoyo y estímulo,
si ellos se vuelven locos también y se entreveran en una trifulca emocional sin
sentido, yo me encuentro de veras perdido. Al comienzo me rescató mi amigo de
ese caos, que es al tiempo una caída, y luego mi tía salió al fin de la
absorción total en la pelea que dirimía en lenguaje cifrado con mi primo y
pareció retomar cierto interés en mi persona ya no tan pequeña; persona que
comenzaba a crecer, de a poquito pero sin pausa. Y mientras yo pegaba ese
estirón ella intentaba mantenerme alejado de una discusión que mantenía con mi
primo segundo, seguramente por temas de herencia ya antiguos en la familia pero
que ellos no acababan de soltar como si se tratara de un remordimiento.
—Tú no te preocupes, los niños han de
permanecer ajenos a estas cosas y no deben afectarte, y si tú ves que yo dejo
de hacerte caso, me lo dices y lo solucionamos. Pero cuando tú me veas amargada
o triste, es algo momentáneo y exclusivamente mío, tienes que saber que nada
tiene que ver contigo y esos asuntos en nada van a cambiar el cariño que aquí
recibes. Incluso del primo, quien, aparte de estar momentáneamente con un humor
desagradable, siempre te quiere. El señor Andrés también te quiere. No olvides
que estás rodeado de amor por todas partes.
—Pero el señor Andrés es un espectro, ¿cómo me
va a querer?
—Con mayor razón, él te quiere para siempre, no
puede alterar su emoción, se quedó fijado.
—No lo había pensado.
—Pero es así.
Cuando Andrés se presentaba nosotros seguíamos
con nuestro juego y el no se daba cuenta de nada.
De lo único de lo que no me daba noticias mi
tía era sobre mis padres. Ninguna novedad acerca de la actualidad o caducidad
de sus afectos.
Me sentí, durante muchos meses, seco por dentro,
cómo si la carne de mis músculos quisiera acabarse y utilizara para hacerlo la
deshidratación sin motivo. Cuando lo consultaba con mi tía y luego lo consultábamos
con el médico, a quien tardábamos tres horas en ir a visitar, la respuesta era
siempre la misma. Que el niño no tiene nada. Que todo es mental. Aquella
sequedad, sin embargo, me estaba señalando un cambio raro que se estaba
produciendo en mí. De noche no me cabían los huesos de las piernas dentro de
las vainas de los músculos. Se convertían éstos en unas medias muy apretadas
que ya no contenían a los huesos y parecía por momentos que se iban a romper
con la misma facilidad con se rasga un calcetín. En mi mente, la sensación era
de que yo ya no cabía en mí mismo, en cierto modo, no me soportaba, estaba
asqueado y harto de dar vueltas sin rumbo, lo que hacía un par de semanas me
parecía lo más adecuado para mi existencia, ahora resultaba un estorbo molesto
en mi ánimo y en mi cuerpo, fue en esa época en que comencé a sentirme rebelde
y enojado la mayor parte del tiempo, amargado era la palabra más adecuada para
definir mi estado habitual de ánimo, y ese estado además me disgustaba en sí
mismo porque me quería deshacer del mismo y fracasaba consuetudinariamente. Parecía
que estaba poseído por ideas de decadencia, de fin del mundo pero al tiempo no
las quería dejar tomar posesión de mi cuerpo y de mi alma. Todo lo de esa época
me asqueaba y me quería rebelar contra la tía abuela, pero no podía puesto que
ella no era suficientemente fuerte para servirme de sparring ante mi situación.
Necesitaba algo o alguien más contundente, alguien contra quien rebotar con
fuerza y caerme sabiendo que la caída propinada estaba llena de amor y comprensión.
Ataqué a mi amigo imaginario y se apartó de inmediato riendo.
Comienzas a comprender la esencia del cambio,
me dijo.
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