viernes, 11 de abril de 2014

Literatura líquida Novela. Día 22 Entrada 23.

Lo único que animaba mis expectativas de cambio era la presencia de mi amigo oscuro. Pensaba que con él a mi lado aunque mis familiares y mi amigo Juárez se entregaran a disputas o a otros menesteres polémicos yo al menos podría divertirme y no descartaba en absoluto la posibilidad de que mi amigo de oscura sotana me hiciera reír con algunas de sus trampas para adultos, cambiando de lugar el sombrero de Juárez, cambiándole de hornalla la sartén a la tía, haciéndole bailar en la oscuridad su traje claro al primo Alberto.
Sólo deseaba que por Dios pasara alguna cosa que alterara nuestras vidas, puesto que me encontraba como en un larguísimo impasse del que quería salir y no sabía a esta altura cómo hacerlo. Iba a un lado y otro con mi amigo y al mismo tiempo deseaba que mi tía, a quien consideraba el puntal de mi nueva familia, saliera de la obsesión en que estaba metido con problemas de herencias con mi primo segundo, deseaba que saliera de ese estado de preocupación constante y me hiciera más caso. Al darme cuenta de que le exigía nada menos que esto, me di cuenta también que la consideraba poco menos que sobre humana, alguien que estaba a un nivel por encima de los demás, y que podía decretar desde su corazón y su mente opiniones tan contundentes que a los demás no les quedaría sino obedecer o aceptar sus interpretaciones. Probablemente la consideraba de aquella manera porque necesitaba en ese momento a alguien muy fuerte que me respaldara y sin embargo estaba solo una vez más, acompañado de mis amigos imaginarios, bueno, en realidad, de mi único amigo imaginario desde hacía un tiempo a esta parte. Un amigo extraño y patoso, se caía y se le rompía un brazo o se lo arrancaba intentando abrir la puerta de un coche en marcha y se lo volvía a pegar como si fuera goma. ¿Qué quería decir con este lenguaje en escenas? ¿Me hablaba quizás de la posibilidad de reírnos de los cambios dramáticos? Cuando me estoy poniendo muy loquito se me ocurren este tipo de ideas.
Con mi madre enferma y mi padre autista comunicacional sólo me quedaban mis parientes del campo como apoyo y estímulo, si ellos se vuelven locos también y se entreveran en una trifulca emocional sin sentido, yo me encuentro de veras perdido. Al comienzo me rescató mi amigo de ese caos, que es al tiempo una caída, y luego mi tía salió al fin de la absorción total en la pelea que dirimía en lenguaje cifrado con mi primo y pareció retomar cierto interés en mi persona ya no tan pequeña; persona que comenzaba a crecer, de a poquito pero sin pausa. Y mientras yo pegaba ese estirón ella intentaba mantenerme alejado de una discusión que mantenía con mi primo segundo, seguramente por temas de herencia ya antiguos en la familia pero que ellos no acababan de soltar como si se tratara de un remordimiento.
—Tú no te preocupes, los niños han de permanecer ajenos a estas cosas y no deben afectarte, y si tú ves que yo dejo de hacerte caso, me lo dices y lo solucionamos. Pero cuando tú me veas amargada o triste, es algo momentáneo y exclusivamente mío, tienes que saber que nada tiene que ver contigo y esos asuntos en nada van a cambiar el cariño que aquí recibes. Incluso del primo, quien, aparte de estar momentáneamente con un humor desagradable, siempre te quiere. El señor Andrés también te quiere. No olvides que estás rodeado de amor por todas partes.
—Pero el señor Andrés es un espectro, ¿cómo me va a querer?
—Con mayor razón, él te quiere para siempre, no puede alterar su emoción, se quedó fijado.
—No lo había pensado.
—Pero es así.
Cuando Andrés se presentaba nosotros seguíamos con nuestro juego y el no se daba cuenta de nada.
De lo único de lo que no me daba noticias mi tía era sobre mis padres. Ninguna novedad acerca de la actualidad o caducidad de sus afectos.
Me sentí, durante muchos meses, seco por dentro, cómo si la carne de mis músculos quisiera acabarse y utilizara para hacerlo la deshidratación sin motivo. Cuando lo consultaba con mi tía y luego lo consultábamos con el médico, a quien tardábamos tres horas en ir a visitar, la respuesta era siempre la misma. Que el niño no tiene nada. Que todo es mental. Aquella sequedad, sin embargo, me estaba señalando un cambio raro que se estaba produciendo en mí. De noche no me cabían los huesos de las piernas dentro de las vainas de los músculos. Se convertían éstos en unas medias muy apretadas que ya no contenían a los huesos y parecía por momentos que se iban a romper con la misma facilidad con se rasga un calcetín. En mi mente, la sensación era de que yo ya no cabía en mí mismo, en cierto modo, no me soportaba, estaba asqueado y harto de dar vueltas sin rumbo, lo que hacía un par de semanas me parecía lo más adecuado para mi existencia, ahora resultaba un estorbo molesto en mi ánimo y en mi cuerpo, fue en esa época en que comencé a sentirme rebelde y enojado la mayor parte del tiempo, amargado era la palabra más adecuada para definir mi estado habitual de ánimo, y ese estado además me disgustaba en sí mismo porque me quería deshacer del mismo y fracasaba consuetudinariamente. Parecía que estaba poseído por ideas de decadencia, de fin del mundo pero al tiempo no las quería dejar tomar posesión de mi cuerpo y de mi alma. Todo lo de esa época me asqueaba y me quería rebelar contra la tía abuela, pero no podía puesto que ella no era suficientemente fuerte para servirme de sparring ante mi situación. Necesitaba algo o alguien más contundente, alguien contra quien rebotar con fuerza y caerme sabiendo que la caída propinada estaba llena de amor y comprensión. Ataqué a mi amigo imaginario y se apartó de inmediato riendo.
Comienzas a comprender la esencia del cambio, me dijo.

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