martes, 15 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 26. Entrada 27

En esta disposición de ánimo me largué a la puerta de la casa a mirar el horizonte un día a esperar a que regresara mi papá para llevarnos. Eso pensé y di por seguro que era lo que sucedería. Y allí me puse empecinado en que tenía que esperar allí hasta que el milagro de ver nuevamente a mi padre aparecer en el horizonte, se produciría. Mi tía abuela me dijo que no esperara así, que mejor nos entretuviéramos jugando a las adivinanzas o en silencio juntos en la casa. Entendí, sólo luego de muchos años, que ella me evitaba un daño, completamente inútil, que yo me estaba infligiendo a mí mismo. Pero en aquel momento yo me quería dañar, dañarme mucho, quería sentir un dolor fuerte que me permitiera trascender esa circunstancia, como si yo quisiera gritar a muy alto volumen y buscara como excusa un buen golpe. En ese momento yo sentía un dolor que me atenazaba fuertemente y como no lograba sacarlo de mi cuerpo necesitaba hacerme más y más daño para poder sentir ese dolor profundo hasta que emergiera como el agua de una fuente subterránea.
Quería dolerme y sobre todo quería desgarrarme. Sentía un fuego en mi interior, arrasador, envolvente y que no me lo podía sacar de dentro y cuando caía agotado por esa misma emoción posesiva, luego de ratos muy largos sentado, apoyado contra el muro de la casa, en contra de la  sugerencia de Teresa, me dejaba caer, lentamente, hasta llegar al barro del suelo y ahí literalmente me desmayaba y me quedaba, sucio, y aterido por la fría humedad que me iba penetrando el cuerpo, en espera que el dolor saliera de mí, como una savia arbórea que destilara, manando hacia el fango, las hierbecitas y las hormigas y lombrices que se beberían aquel extracto de dolor.
Me hacía la víctima, pero no lo sabía. Quería llamar la atención, pero aunque me la prestaran, no habría conseguido mi objetivo de arrancar el sufrimiento de mi cuerpo y de mi alma. Y así me quedé, anclado en esa actitud inútil y frustrante, hasta que en el horizonte pareció mi padre. Esta llegada, luego de tanto y tanto tiempo, resultó un consuelo desde el momento en que vi aparecer su coche en el horizonte. Todo en mi saltaba de alegría al saber que lo iba a ver, de pronto, lo quería un montón y había olvidado todo el mal que le había atribuido en el pasado. Mi padre volvía a ser mi padre en el acercamiento; cuando lo abracé volví a sentir su olor, su olor tan rico de cuando se iba por la mañana a trabajar y yo lo encontraba muy atractivo para las mujeres, de lo cual me enorgullecía. De pronto, todo ese orgullo acerca de mi papá, me cayó encima en tanto sensación como un bloque que volviera a mí entero, como un objeto que me hubiera dejado olvidado y que ahora al recuperarlo, con él, volvieran a mí todos sus componentes emocionales. Antes de que llegara, había pensado que él me volvería a vincular con mamá y con el amor de mamá, incluso después de muerta y lo que realmente sucedió es que me volvió a vincular con él mismo antes que con cualquier otra cosa. Solo lo tenía a él, allí delante de mí y a nadie más y toda la fuerza de su presencia era equivalente a la fuerza de su amor.











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