En esta disposición de ánimo me largué a la
puerta de la casa a mirar el horizonte un día a esperar a que regresara mi papá
para llevarnos. Eso pensé y di por seguro que era lo que sucedería. Y allí me
puse empecinado en que tenía que esperar allí hasta que el milagro de ver
nuevamente a mi padre aparecer en el horizonte, se produciría. Mi tía abuela me
dijo que no esperara así, que mejor nos entretuviéramos jugando a las
adivinanzas o en silencio juntos en la casa. Entendí, sólo luego de muchos
años, que ella me evitaba un daño, completamente inútil, que yo me estaba
infligiendo a mí mismo. Pero en aquel momento yo me quería dañar, dañarme
mucho, quería sentir un dolor fuerte que me permitiera trascender esa
circunstancia, como si yo quisiera gritar a muy alto volumen y buscara como
excusa un buen golpe. En ese momento yo sentía un dolor que me atenazaba fuertemente
y como no lograba sacarlo de mi cuerpo necesitaba hacerme más y más daño para
poder sentir ese dolor profundo hasta que emergiera como el agua de una fuente
subterránea.
Quería dolerme y sobre todo quería desgarrarme.
Sentía un fuego en mi interior, arrasador, envolvente y que no me lo podía
sacar de dentro y cuando caía agotado por esa misma emoción posesiva, luego de
ratos muy largos sentado, apoyado contra el muro de la casa, en contra de
la sugerencia de Teresa, me dejaba caer,
lentamente, hasta llegar al barro del suelo y ahí literalmente me desmayaba y
me quedaba, sucio, y aterido por la fría humedad que me iba penetrando el
cuerpo, en espera que el dolor saliera de mí, como una savia arbórea que
destilara, manando hacia el fango, las hierbecitas y las hormigas y lombrices
que se beberían aquel extracto de dolor.
Me hacía la víctima, pero no lo sabía. Quería
llamar la atención, pero aunque me la prestaran, no habría conseguido mi
objetivo de arrancar el sufrimiento de mi cuerpo y de mi alma. Y así me quedé,
anclado en esa actitud inútil y frustrante, hasta que en el horizonte pareció
mi padre. Esta llegada, luego de tanto y tanto tiempo, resultó un consuelo
desde el momento en que vi aparecer su coche en el horizonte. Todo en mi
saltaba de alegría al saber que lo iba a ver, de pronto, lo quería un montón y
había olvidado todo el mal que le había atribuido en el pasado. Mi padre volvía
a ser mi padre en el acercamiento; cuando lo abracé volví a sentir su olor, su
olor tan rico de cuando se iba por la mañana a trabajar y yo lo encontraba muy
atractivo para las mujeres, de lo cual me enorgullecía. De pronto, todo ese
orgullo acerca de mi papá, me cayó encima en tanto sensación como un bloque que
volviera a mí entero, como un objeto que me hubiera dejado olvidado y que ahora
al recuperarlo, con él, volvieran a mí todos sus componentes emocionales. Antes
de que llegara, había pensado que él me volvería a vincular con mamá y con el
amor de mamá, incluso después de muerta y lo que realmente sucedió es que me
volvió a vincular con él mismo antes que con cualquier otra cosa. Solo lo tenía
a él, allí delante de mí y a nadie más y toda la fuerza de su presencia era
equivalente a la fuerza de su amor.
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