Había en la Segunda
época un Maestro de Ceremonias del Imperio del Centro que veneraba a un Maestro
de Ceremonias del Imperio del Extremo, que además de maestro de las labores de
su profesión, era experto también en gastronomía. Era muy alabado por el del Centro, en la
lejanía.
Recibió tantos halagos, que creyó en sus
sinceras palabras y se trasladó a visitarlo.
Al llegar se encontró con que el maestro de
Ceremonias del imperio del centro tenía una esposa fea y jorobada y el
emperador le hacía lamer muchos culos, de tal manera que su aliento apestaba.
De vez en cuando le dejaban quejarse y decir que pobrecito de él, que qué
maltratado estaba, y él, como era una víctima por naturaleza, aceptaba el papel
y decía: "me tienen el último pero yo sigo aquí destilando mi sabiduría
que nadie valora". Oscilaba entre los extremos de egotismo y lo de
depresiva soledad masoquista. En esos momentos era cuando su esposa se decidía
a ponerle los cuernos, pero luego nunca se atrevía, porque era una señora
sensata que sabía que de ese modo no obtenía satisfacción sino un autocastigo
aún peor.
Cuando el Maestro del Extremo llegó al
Centro, se encontró con que su alabador lejano lo dejó al cuidado de su fea
esposa, y esta lo presentó como experto en gastronomía. Era verdad que era
gastronomía imperial, pero no era el conjunto de saberes que correspondían a su
grado protocolario.
Pasaban los días, llegó a estar ante el
mismo emperador y cayó en la cuenta de que en el Imperio del Centro, por obra de la
estrategia sucia de su amigo, era sólo un gastrónomo. Eso, no se hacía ni
siquiera en las provincias lejanas y decadentes de la gente con color de
enfermedad, donde daba clases un tal Sócrates y otra serie de bisexuales.
Reclamó a la bruja la presencia de su
marido, pero aquel hombre aterrado por sus fantasmas escondido detrás de su
mujer se negaba a dar la cara. Azuzaba a la brujita con delirios, ellos eran
muy poderosos, en su imaginación. El maestro del Extremo debía agradecerles y
otras sandeces. Sólo enviaba señales
desde la montaña en la casa donde se encontraba escondido con humos de
diferentes colores.
El Maestro del Imperio del extremo se reunió
en la posada imperial correspondiente a los cocineros con su hija y se dolió de
la miserable actitud de los hombres cuando los ataca el miedo.
Eso solo durante el rato necesario para recuperar
el ánimo. Pero su hija lo convocó a preparar una gran comida, como las que él
sabía hacer y que una vez la gente reunida para la bacanal alimentaria
simplemente empezara a dar uno de sus discursos. Que sólo con eso alcanzaría. Y
así los hizo el avezado político que era el Maestro del Extremo, que se durmió
luego de tomar tisana para el hígado, para evitar que la rabia hiciera su labor
de zapa. Y riendo con bromas que ahora se abrían paso en su mente.
Héctor D’Alessandro
(En los descansos y para mantener fresca a mi mente escribo ocurrencias en otros registros.)
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