domingo, 20 de septiembre de 2015

El chupaconchas. Héctor D'Alessandro

Fragmento de El chupaconchas, de Héctor D’Alessandro
   ¡Oh! ¡Dioses de la normalidad y el juego nocturno! Gracias, porque luego pondrían en mi camino a la enfermera Irma, que se teñía el pelo y hablaba palabras vulgares que yo no escuchaba y que eliminaba de mi visión nocturna. Enfermera que cumplió un destino informativo en el “dramatis personae” de Héctor, suerte de bruja simpática apostada a un lado de mi personal movie road para decirme que ella había trabajado muchos años como ayudante de quirófano, al lado mismo de ríos de sangre, y que muchos años antes, al comienzo de su carrera como enfermera, había tenido durante una operación de oído  –¡préstenme su oído durante un modélico ratito, ejemplo y númen de todos los momentos de escucha de elevada refinación!– le había sobrevenido durante aquella dicha operación un orgasmo de vasto alcance neurofisiológico, el riñón de losa donde se recogía cualquier líquido o sólido procedente del oído operado tembló de un modo que hizo girar fugazmente la mirada a la casi totalidad del equipo médico interviniente para observar el estado laboral de la enfermera Irma. Enfermera que declara a este escritor una vivencia cumbre que a decir verdad el propio William James la habría incluido dentro de la gama de experiencias cumbres de carácter religioso. ¿Qué digo, James? El mismísimo Gopi Krisnha la habría llamado a la enfermera Irma, jubilada del benévolo estado uruguayo con buenas cifras, para que brindara testimonio de su sabiduría orgásmica en su centro de la India.  Dice la enfermera Irma de pelo teñido de rubio de la marca Loreal que tuvo un orgasmo que le nació en las propias meninges al mismo tiempo que en el propio centro del cuerpo en la zona pélvica a la altura del chakra dos y que desatándose como terremoto de uso local confluyó al mismo tiempo en varias zonas de su cuerpo induciéndole un estado de confusión física con diferentes epicentros de placer así como diferentes zonas corporales donde el placer adoptando la forma de un vibrante cosquilleo barrió espacios donde indudablemente según declara la enfermera Irma tenía algún tipo de bloqueo o tensión que, aligerados por el orgasmo cosmológico al que estaba sometida en aquel trance, se disolvieron como por un ensalmo y ya nunca volvieron a molestarle o agriarle la vida y en un instante fue como si el propio arcángel acupuntor la lanceara con sus herramientas de limpieza espiritual y barriera de su vida años y años de tensión física y desuso corporal, volviéndola a la vida con un espasmo y un grito de alegría que muy por el contrario al famoso “no li me tangere” crístico, se vio sustituido por un “touch me, touch me” que brotaba directamente de su mirada algo descentrada pero babeante y dulce.
   “Si, querido Héctor, la sangre, su presencia, su cercanía, su aroma, su visión puede transportarte a océanos infinitos de visión interna guardada divinamente en la memoria celular y puede asimismo activar las más escondidas fuerzas adormecidas. Nunca he vuelto a tener un orgasmo como aquel pero aquel fue el padre de todos mis futuros orgasmos”.
   “La sangre evoca el dolor, el placer, la muerte, el orgasmo, la visión y la vida continua y eterna”.
   ¡Oh Dioses del dolor y del placer, de la sangre, de la muerte y el orgasmo, de la visión y de la vida contínua y eterna! ¡Oh Dioses del Olor!

sábado, 11 de abril de 2015

"Los ojos de mi madre" en la Librería RAYUELA




                                            En las fotos con Aydee Mora Perdomo, propietaria de la librería, y con Elizabeth Bonilla Barroso y Julian Campos, miembros del equipo de Rayuela, que en todo momento me apoyaron durante la performance. Mi eterna gratitud.