jueves, 10 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 21. Entrada 22.

¿Sería acaso ese modo de vida el que le permitía casi adivinar lo que yo estaba pensando? Así fue, con esa pregunta, que me metí de nuevo en la interacción con mis parientes. ¿Cómo puedo hacer tía Teresa para saber lo que otras personas están pensando?
     Sabiendo con honestidad lo que estás pensando tú.
     Y ¿cómo voy a hacer para no saber lo que pienso?
     Teniendo miedo a tus propios pensamientos.
     ¿Andrés Juárez le tiene miedo a sus pensamientos?
     No.
     El primo Alberto sí, ¿verdad?
     No está en mí la voluntad de afirmarlo porque entonces sólo veré eso en él, pero puedo saberlo para perdonarme por haber optado por ver eso y solo eso.
     Y  si yo tengo un gran temor ¿cómo sabré que empiezo a no ver todo lo que puedo ver?
     Porque en lugar de ver lo que hay ahí fuera, permanecerás más tiempo mirando fotos fijas en tu mente de todo lo que temes y ni siquiera existe.
                Así fue que volví a mirar todo con mi ojo derecho, para ver cómo se desarrollaban las cosas antes que verlas fijas, y cada vez que me desviaba de mi intención, rectificaba mi visión de inmediato. Así fue que empecé a ver a mi primo Alberto con los ojos de la comprensión. Estábamos sentados a la mesa del desayuno cuando percibí que se encontraba apenado y que no quería dejar que el río de la pena se desbordara y causara una inundación en la cocina o en nuestra vida. Le dije: “Tú tienes pena, primito, y no quieres sentirla”. Él me dijo que tenía razón pero que era muy difícil su vida ahora como resolverla. Cuando dijo eso tuve la sensación de que se incrementaba en él un cierto olor agrio y desagradable, un olor que lo acercaba a la decadencia y a la muerte. 
Esa noche soñé que caminaba por una bóveda oscura de la cual no se conocía la salida y a cierta altura empecé a sentir una sombra conocida que andaba a mi lado. Un humor de aquella sombra me llegaba hasta mí como una vibración que me tocaba y me atravesaba con sensaciones familiares.
Me desperté y me vino a la mente la imagen de mi tía abuela, pero ella no me resultó una fuente de preocupación, luego me vino a la mente Andrés Juárez montado en su caballo, y él tampoco corría peligro alguno, por último apareció Alberto y él continuaba allí moviéndose en su mundo nebuloso de inestabilidad pero no me transmitía ninguna sensación de inquietud o temor por su estado general o su situación. 
Me dormí y volví a despertarme varias veces en la noche y me levanté totalmente extenuado, como si hubiera estado practicando algún tipo agotador de deporte en sueños.
Esa mañana me fui temprano al campo, entraba en el paisaje como quien se pone un traje conocido, así cada día de todos aquellos meses, casi un año. Me detuve sólo mucho rato luego de caminar y caminar intentando comprender el origen de mi desasosiego. Y al detenerme después de tanto rato tuve la sensación de que me detenía luego de todos aquellos meses deambulando en un bosque de interrogantes; aquel alto en el camino me produjo la conciencia densa de que un inmenso cansancio empezaba a desatarse en mi cuerpo. Como si una máquina grande hubiera parado de pronto en su gigantesco funcionamiento. Todo el cansancio del mundo cayó sobre mi y atravesó en cascada todos mis músculos.
Caí al suelo de rodillas y luego me dejé ir de bruces, y tal como caí, allí me quedé esperando a que algo extraño pasara. Pero nada pasó que no conociera, entorné los ojos como si fuera a vencerme el enorme sueño, di una cabezada y al cerrar los ojos por unos cuantos segundos que parecieron una auténtica eternidad soñé con algo que inmediatamente después olvidé, de modo que al despertar no pude saber si estaba o no relacionado con la aparición delante de mi pequeña persona de mi amigo oscuro e imaginario, quien se ve que al fin pudo sintonizar conmigo otra vez, con su larga sotana negra y su torpeza al caminar, en cierto momento se le cayó un dedo, que, ni corto ni perezoso, se agachó y se instaló de nuevo en su sitio.
     ¿Al fin pudimos sintonizarnos?  Costó hacerlo aquí.
     No era por el espacio, era el tiempo.
    Luego calló la boca y sólo se deslizó a mi lado como permanente compañero, como loro metafísico posado en mi hombro. Su antigua posición.
Recorrí el campo en su compañía aquel día y sentí renacer en mi cuerpo la seguridad y la certeza, acabaron las constantes preguntas que en su mayor parte guiaban mis pasos pero que en términos generales me mantenían aprisionado. 
Y al llegar a casa, como si todos supieran que yo volvía a contar con mi amigo para apoyarme en él, parecían estar revolucionados después de tantos y tantos meses viviendo como en una especie de sopor o alucinación extraña y quizás en el silencio respecto de la vida que a mí desde lejos me influía, la vida de mis papás. Alberto estaba inquieto y golpeaba con el puño en la mesa. Parecía querer refrendar alguna cosa, afianzarse, pero no lo conseguía. En principio parecían hablar de alguna herencia o de algo relacionado con una herencia. Eso me asustó y le supuse cierta crueldad al primo porque pensé que le estaba pidiendo a la tía que regularizara su situación testamentaria. Todos vamos a morir pero a todos nos gusta vivir de espaldas a la muerte, como si fuéramos inmortales. Me callé la boca y me hice el distraído porque sospeché que no era un momento adecuado ni la situación para expresar curiosidad y menos disconformidad con cualquiera de las opiniones que llegara a escuchar. No se trata de que me adelantara a ninguna de las frases que ellos iban pronunciando sino de que estuviera en silencio y en una actitud vagamente aprobatoria; claro que la presencia de mi amigo era por momentos incómoda para mí porque tenía la sensación de que él se burlaba de todo lo que allí se conversaba.
No era la típica situación llamada “el niño no se tiene que meter en las cosas de los adultos” sino algo quizás un poco más difícil de comprender porque el niño no podía meterse pero los adultos no estaban dispuestos a revelar demasiado; aminoraban la aceleración de sus palabras a medida que se acercaban a zonas al parecer peligrosas o evitables de la conversación. Hacían circunloquios y emitían extrañas exclamaciones parecidas a sonidos guturales, con las que me daba la impresión que intentaban opacar algunos contenidos del diálogo, desviar mi atención de los mismos o lisa y llanamente anular mi capacidad de comprender el tema del que hablaban.
La ausencia, seguro que sólo momentánea, de Juárez, se debía con la misma garantía de seguridad a que él no podía escuchar aquella conversación. Y como el capataz era omnisciente seguro que ya se había percatado de que no podía estar presente durante la escena; por lo cual seguro estaba un paso por detrás de la acción principal vaya uno a saber dónde demonios, detrás de qué bambalina.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de estar en mi casa nuevamente; y debido a que se estaba evitando que yo captara una información que se estaba debatiendo ante mis ojos. Eso no se hacía aquí en casa de la tía abuela Teresa; hasta hoy. Yo me perdía en la mirada de uno y en la del otro buscando respuestas pero ellos estaban absortos el uno en el otro, en lo que preguntaría en la siguiente intervención, en lo que le respondería a su vez en la siguiente intervención. Se encontraban algo fanatizados u obsesivos.
Volvía a sentirme abandonado por los adultos, encerrado en mi jaula de silencio, no podía esperar de ellos atención y en el momento en que esto me sucedía venía mi negro amigo a visitarme. No podía esperar nada nuevo de lo que viniera a continuación, ya estaba viendo que se volvía a configurar la vida monótona de siempre. Yo afuera del circuito de la comunicación; extraño a todo. Me sentía mareado y confuso. No quería volver a aquello.

No hay comentarios: