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Parecía que mamá se
iba volviendo progresivamente loca y más loca, según papá y los médicos, en
realidad, iba viendo cada vez más y más amigos imaginarios y seres originales
que habrían hecho las delicias de cualquier aficionado a la creación de cuentos
de hadas. Que se pusiera a hablar contigo y que de pronto se quedara con la
vista fija debido a que según ella estaba caminando por tu frente una suerte de
tarántula, era lo más habitual. Luego también veía muchas sombras que pasaban
caminando raudamente a espaldas de sus eventuales interlocutores. Y otra
actividad en la que estaba especializada, era en el visionado de seres
charlatanes que le daban animadísima conversación durante buena parte de las
noches. A veces entrábamos en su habitación y estaba sudando en medio de una
acalorada —nunca mejor dicho— conversación con seres al parecer muy
discutidores —a mí me interesaba sobremanera saber sobre qué tema versaba la
discusión, sobre todo porque mamá no solía discutir con nadie en el pasado.
Se convirtió en una
persona nueva y por eso enfermó o enfermó y se convirtió en una persona nueva.
Estos eran dilemas que me tenían atareado, y tienen cierta lógica en su
formulación, pero al final me di cuenta de que en realidad era que había
cambiado, se había resistido a ese mismo cambio porque quizás la llevaba tan
lejos que no tendría un mapa de ruta para emprender el retorno y esa misma duda
sobre si ir lejos y compara un mapa para el regreso empezó a enfermarla.
Alguien que una ocasión estuvo de visita en casa dijo con sabiduría que no se
puede vivir en el país de la duda a perpetuidad; que eso enferma. Esas
palabras, pronunciadas por aquel desconocido, me inspiraron de un modo secreto;
me guiaron en cierto modo indicándome un poco qué es lo que no debía hacer, aunque
no tuviera realmente tan claro qué era lo que tenía que hacer. En esa época y
con estas convicciones nuevas fue que empecé a adoptar un comportamiento
rebelde e iracundo y lo expresaba dando puñetazos sobre la mesa a la mínima
oportunidad que se me brindaba. Era según decían un niño ante un problema
severo y mi respuesta emocional estaba siendo esa. Podía entenderlo, pero no
podía manejarlo. No lograba hacerme a la idea de la desaparición futura de mi
mamá, me rebelaba con violencia contra ello. Me dolía en el corazón pensar en
perderla y de noche incluso se me cortaba la respiración de la tensión que
llegaba a acumular en el pecho mientas me entregaba a este tipo de pensamientos
e imaginaciones. Cuando pasaba las tardes mirándola recostada en su gran almohadón
en la cama de matrimonio y veía el gesto bobo y babeante con los brillantes
ojos verdes perdidos en alguna figura imaginaria suspendida en el techo me
desagarraba el recordarla cuando animosa me esperaba a la salida del colegio o
cuando me esperaba en la puerta de casa cuando llegaba o cuando en el jardín
estaba en zapatillas y vestido holgado cuidando sus flores u yo miraba sus
tobillos bronceados por el sol y sentía un amor que me cortaba la respiración
al tomar conciencia corporal y sanguínea de lo bonita que era mi mamá.
No era el mejor
momento para hacer comparaciones, pero su estado actual me retrotraía hacia
esas épocas no tan lejanas.
Se ve que papá dio
orden, a una señora con conocimientos de enfermería que se empezó a quedar por
las tardes en casa, de que no me dejara permanecer mucho rato junto a ese lecho
ahora tan lleno de dolor.
De todos modos, yo
permanecía allí horas y horas a su lado, observando sus evoluciones, sus leves
mejorías, sus declives, esperaba que momentáneos, le conversaba con la creencia
implícita de que con mis palabras lograría que su cerebro comenzara a transitar
por los caminos habituales del común de las personas y creyendo asimismo que
eso era el indicio claro de la mejoría. Ella iba y venía a su antojo de los diferentes
mundos en que habitaba y me permitía de vez en cuando adivinar o saber por sus
respuestas algún detalle adicional sobre esos extraños seres que ella veía y
que estaban dentro de la habitación. Al único que no veía era a mi amigo
imaginario, ser del medioevo galáctico poco adicto a las duchas y a cualquier
otra modalidad de la higiene. Yo le preguntaba por esos seres y ella contestaba
casi siempre en un tono de adoctrinamiento, como si me estuviera enseñando algo
que yo estaba obligado a conocer, como si ambos fuéramos desde antiguo miembros
de algún grupo sobre el cual debíamos saberlo todo, como si no me perdonara el
no saber. Y era en vano que mi padre insistiera una y otra vez en decirme que
no debía hacerle caso ni tomarle en consideración muchas de sus palabras dichas
en ese estado; yo no podía entender esa explicación, para mí, en el fondo de
sus palabras y de su delirio, mi madre seguía estando presente como titiritero
de sí misma, y por lo tanto podía responderme con cordura, una cordura que sólo
yo pudiera captar. Muchas veces mi papá me oyó gritarle que me dejara hablar y
entenderme con ella porque yo sí podía hacerlo de verdad, a diferencia de las
otras personas que no podía comprender en qué mundo estaba ni qué idioma
hablaba mi mamá. Esa argumentación mía no acababa de ser totalmente cierta para
mí mismo pero yo me la creía a cabalidad y con ello me alcanzaba.
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