martes, 25 de marzo de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 5 Entrada 8. SEGUNDA PARTE

2

Parecía que mamá se iba volviendo progresivamente loca y más loca, según papá y los médicos, en realidad, iba viendo cada vez más y más amigos imaginarios y seres originales que habrían hecho las delicias de cualquier aficionado a la creación de cuentos de hadas. Que se pusiera a hablar contigo y que de pronto se quedara con la vista fija debido a que según ella estaba caminando por tu frente una suerte de tarántula, era lo más habitual. Luego también veía muchas sombras que pasaban caminando raudamente a espaldas de sus eventuales interlocutores. Y otra actividad en la que estaba especializada, era en el visionado de seres charlatanes que le daban animadísima conversación durante buena parte de las noches. A veces entrábamos en su habitación y estaba sudando en medio de una acalorada —nunca mejor dicho— conversación con seres al parecer muy discutidores —a mí me interesaba sobremanera saber sobre qué tema versaba la discusión, sobre todo porque mamá no solía discutir con nadie en el pasado.
Se convirtió en una persona nueva y por eso enfermó o enfermó y se convirtió en una persona nueva. Estos eran dilemas que me tenían atareado, y tienen cierta lógica en su formulación, pero al final me di cuenta de que en realidad era que había cambiado, se había resistido a ese mismo cambio porque quizás la llevaba tan lejos que no tendría un mapa de ruta para emprender el retorno y esa misma duda sobre si ir lejos y compara un mapa para el regreso empezó a enfermarla. Alguien que una ocasión estuvo de visita en casa dijo con sabiduría que no se puede vivir en el país de la duda a perpetuidad; que eso enferma. Esas palabras, pronunciadas por aquel desconocido, me inspiraron de un modo secreto; me guiaron en cierto modo indicándome un poco qué es lo que no debía hacer, aunque no tuviera realmente tan claro qué era lo que tenía que hacer. En esa época y con estas convicciones nuevas fue que empecé a adoptar un comportamiento rebelde e iracundo y lo expresaba dando puñetazos sobre la mesa a la mínima oportunidad que se me brindaba. Era según decían un niño ante un problema severo y mi respuesta emocional estaba siendo esa. Podía entenderlo, pero no podía manejarlo. No lograba hacerme a la idea de la desaparición futura de mi mamá, me rebelaba con violencia contra ello. Me dolía en el corazón pensar en perderla y de noche incluso se me cortaba la respiración de la tensión que llegaba a acumular en el pecho mientas me entregaba a este tipo de pensamientos e imaginaciones. Cuando pasaba las tardes mirándola recostada en su gran almohadón en la cama de matrimonio y veía el gesto bobo y babeante con los brillantes ojos verdes perdidos en alguna figura imaginaria suspendida en el techo me desagarraba el recordarla cuando animosa me esperaba a la salida del colegio o cuando me esperaba en la puerta de casa cuando llegaba o cuando en el jardín estaba en zapatillas y vestido holgado cuidando sus flores u yo miraba sus tobillos bronceados por el sol y sentía un amor que me cortaba la respiración al tomar conciencia corporal y sanguínea de lo bonita que era mi mamá.
No era el mejor momento para hacer comparaciones, pero su estado actual me retrotraía hacia esas épocas no tan lejanas.
Se ve que papá dio orden, a una señora con conocimientos de enfermería que se empezó a quedar por las tardes en casa, de que no me dejara permanecer mucho rato junto a ese lecho ahora tan lleno de dolor.
De todos modos, yo permanecía allí horas y horas a su lado, observando sus evoluciones, sus leves mejorías, sus declives, esperaba que momentáneos, le conversaba con la creencia implícita de que con mis palabras lograría que su cerebro comenzara a transitar por los caminos habituales del común de las personas y creyendo asimismo que eso era el indicio claro de la mejoría. Ella iba y venía a su antojo de los diferentes mundos en que habitaba y me permitía de vez en cuando adivinar o saber por sus respuestas algún detalle adicional sobre esos extraños seres que ella veía y que estaban dentro de la habitación. Al único que no veía era a mi amigo imaginario, ser del medioevo galáctico poco adicto a las duchas y a cualquier otra modalidad de la higiene. Yo le preguntaba por esos seres y ella contestaba casi siempre en un tono de adoctrinamiento, como si me estuviera enseñando algo que yo estaba obligado a conocer, como si ambos fuéramos desde antiguo miembros de algún grupo sobre el cual debíamos saberlo todo, como si no me perdonara el no saber. Y era en vano que mi padre insistiera una y otra vez en decirme que no debía hacerle caso ni tomarle en consideración muchas de sus palabras dichas en ese estado; yo no podía entender esa explicación, para mí, en el fondo de sus palabras y de su delirio, mi madre seguía estando presente como titiritero de sí misma, y por lo tanto podía responderme con cordura, una cordura que sólo yo pudiera captar. Muchas veces mi papá me oyó gritarle que me dejara hablar y entenderme con ella porque yo sí podía hacerlo de verdad, a diferencia de las otras personas que no podía comprender en qué mundo estaba ni qué idioma hablaba mi mamá. Esa argumentación mía no acababa de ser totalmente cierta para mí mismo pero yo me la creía a cabalidad y con ello me alcanzaba.

No hay comentarios: