Viví esos años, sometido, sin darme cuenta, creyendo que eso era la vida
normal, a una constante tensión, una tensión por la cual estaba continuamente
vigilando el posible cruce de miradas entre mi mamá y mi amigo invisible.
Justamente, pienso, el diálogo de miradas propias para que un hijo vigile sería
el que transcurre entre los padres y no entre la mamá y un fantasma. Esta
tensión insoportable por momentos pero progresivamente menos sentida por mí, sentida
como una corrosión, como dolor larval, como un síntoma leve y constante,
molesto en algunas horas punta. Lo que parecía un gran regalo que el universo
me había otorgado, se convertía, de pronto, en un motivo de celos espantosos y
en una disputa interior, con el amor de mi mamá como referencia permanente.
Disfrutaba de modo intenso cuando mi amigo me ayudaba a ganar las partidas de
tenis y sorprendía a mis amiguitos con aquellos trucos magníficos, pero de
inmediato me caía de nuevo en el abismo del corrosivo miedo cuando llegaba a
casa y observaba que mi amigo miraba con cierto cariño a mi madre. El espanto
de que mi madre y él llegaran a tener una relación de cariño más intensa que la
que mamá mantenía conmigo era una sensación que me destrozaba la carne de mi
vientre tembloroso. Cuando esto parecía cobrar visos de realidad —sólo dentro
de mi mente— mi abdomen se convertía en una olla de grillos del averno donde
todo se agitaba en continua danza macabra. De ese modo macabro pasé las horas,
lo días, las semanas, los meses y los años. Por primera vez pude experimentar
que el tiempo pasara muy, muy velozmente y que yo no tuviera conciencia apenas
de su paso hasta que ya todo había pasado. Luego, al haber pasado, darme cuenta
de que, absorto en detalles nimios que se producían durante ese paso del
tiempo, nimios en perspectiva pero muy importantes durante su duración real, no
era consciente realmente de la totalidad de lo que sucedía. En realidad, estaba
como metido en una película cuyo carácter virtual o real estuvo en todo momento
en el filo de la verdad.
Mamá esquivaba todo el tiempo hablar de lo que sucedía; con mi padre no
podía hablar de nada de estas cosas que iban sucediendo debajo de nuestras
narices porque él se declaraba extranjero en todos estos territorios. Él no
veía ni entendía ni podía comprender nada de estos eventos poco habituales. Si
le hubiera explicado lo que estaba sucediendo en nuestra casa, habría pensado que
estaba loco yo y loca mi madre. Así era entonces que transcurría mi vida
envuelto en un secreto. Un secreto que tiraba de mí en un sentido y en otro y
que parecía querer romperme en dos.
Absorto en esto, acabé pareciéndome a mi padre, que siempre estaba
distraído de lo que parecía esencial para mí. Hasta que un día, me tomó en
brazos, me comunicó que tenía que hablar conmigo muy seriamente, y al decirlo
me otorgó de manera implícita un status e adulto; de verdad eso me asustó,
estaba acostumbrado a ver a papá como un señor risueño que no me imponía
normas, que quizás estaba emocionalmente algo alejado de mi persona pero que básicamente
me destinaba un amor grande que yo sí que llegaba a sentir en el fondo de mi
corazón. Ahora me estaba convirtiendo en un hombre y me estaba nombrando
responsable de unos sentimientos y unas actitudes que escapaban por completo a
mis capacidades o al menos eso era lo que yo deseaba, no hacerme responsable de
algo que mi padre me confesara y que viniera a resultarme excesivamente pesado
para cargarlo.
— Sabes, me dijo papá, que tu mamá lleva mucho tiempo distraída y con
falta de concentración, bien, pues resulta que los doctores le comenzarán a hacer
unas pruebas porque puede resultar que esos síntomas que ella actualmente tiene
se deban a alguna enfermedad y esa enfermedad puede luego derivar en que ella
esté cada vez peor o más enferma. ¿Me entiendes?
— Sí, que se va a morir.
Él intentó convencerme de lo contrario pero no lo consiguió, mi obstinación era absoluta,
como absolutas eran casi todas mis convicciones, radicales actos de fe basados
en mis sensaciones más viscerales.
Lo odié en ese momento porque me estaba haciendo participe de una
noticia que, tal y como me la entregaba, me daba la sensación de que era otro
secreto más, tremendamente pesado, con el que cargar en un camino que se me
hacía cuesta arriba. No quería que me contaran secretos y me hicieran
responsable de dolor de los demás por cargarlos. Me imaginaba ante mamá
ocultando este informe paterno y no me cuadraba la situación, incomodándome de
antemano por demás.
Así se lo dije.
—Papá, no quiero que me digas cosas sobre la salud de mamá a espaldas de
ella, si me lo dices que sea delante suyo y eso aunque sea muy grave la
situación. Y si no se lo dices tú, se lo digo yo.
El me respondió con un “es que no
sabemos qué pueda llegar a suceder”.
El tono en que me lo dijo me pareció en principio el propio de un
soborno; luego tendí más bien a ver que me pedía, haciéndose un poco la
víctima, algo de tiempo.
Le concedí ese tiempo, y le dije que esperaría a que le hiciera las
primeras pruebas o las primeras operaciones o lo que fuera que tocase primero.
En ese momento, no fui consciente de lo que se nos venía encima; quizás
como un anuncio de lo que se me vendría encima en el futuro o como una lenta
preparación para el mañana, todo lo que comenzó a sucederse en mi vida se
parecía a un lento examen o una lenta exhibición ante mis ojos de una serie de
lecciones y de símbolos. Señales avanzadas de lo que en futuro y durante un
tiempo sería el pan cotidiano.
De este modo comenzó a acabar una época de mi vida.
2 comentarios:
hola creo me perdi, no encuentro el capitulo que sigue. saludos.
Hola, puedes seguir aqui http://literaturaliquida.blogspot.mx/2014/03/quinto-dia-octava-entrada-segunda-parte.html
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