Esa fue su primera
intercesión paranormal a mi favor en la vida de la existencia material y me
resultó un auspicioso preámbulo a nuestra convivencia. Al volver a casa del
colegio, mi amigo iba retozando durante el camino, interpreté que debido al
contento que experimentaba por el espontáneo acto de sellar nuestra amistad con
su colaboración en mis actividades deportivas. Se detenía a observarlo todo: los
tarros de la basura, abría sus tapas, olisqueaba entre los desperdicios,
obtenía muestras, las elevaba en el aire, las observaba detalladamente y luego
las lanzaba al aire, ensuciando las calles por donde transitábamos. Se paraba a
observar los perros y huía en algunos casos de los gatos, se enredaba durante
el escape a todo correr delante de los mininos, con su propia capota larga
hasta el suelo, y tropezaba con la misma hasta caer de bruces en el pavimento.
Lo vi perder la cabeza y observar que la misma salía rodando y me imaginé que
estaba tratando de impresionarme con un truco. En otro momento, lo vi cómo se
le caía un brazo al intentar detener una camioneta en marcha. Salió a todo
correr a alcanzar su brazo agarrado del pestillo de la puerta del vehículo,
agarró al coche por detrás del parachoques y se quedó con esa pieza en la mano,
la soltó en la calle y siguió corriendo detrás de la camioneta. Los del
vehículo al oír el estampido del parachoques dando tumbos contra el suelo
frenaron y mi amigo se reventó literalmente contra la parte trasera del coche
ocasionando un gran estruendo. Los de la camioneta estaban azorados, se bajaron
sin entender realmente mucho, todo parecía tremendamente raro. Fueron a buscar
su pieza metálica del coche mientras mi amigo iba a la puerta, arrancaba su
brazo con la mano apretada en el pestillo y se lo volvía a incrustar en el
hueco debajo del hombro.
Me desternillaba de la risa sentado en el
cordón de la acera. Sobre todo al verlo venir con el brazo vuelto a colocar en
su sitio, dando grandes zancadas alborotosas y torpes mientras recogía,
desenredaba y volvía a desenredar una y otra vez su sotana larga, larga, que
tantos sinsabores le atraía a su fantasmagórica vida.
—Vamos, le dije,
amigo, no andes perdiendo partes de tu cuerpo, que si no, vamos a estar días
para llegar a casa.
Continuamos caminando
calle arriba mientras yo intentaba mantener una conversación con él; algo
imposible de momento, pensé, debido a que está conociendo nuestro mundo y
durante un tiempo sólo se dedicará a este entretenimiento.
Mientras avanzaba, iba
probando las cosas y los objetos, levantó una tapa del alcantarillado y
ocasionó el que se liberara una repugnante vaharada aromática propia del averno;
toda la mierda de nuestro vecindario inundó de repente nuestras narinas y las
irritó has escocer. Él parecía muy a gusto con aquel espantoso y fétido
conjunto de aromas.
En medio de aquella orgía de olores espantosos
yo digería aún la reciente felicidad de saber que tenía una amigo no tan
imaginario que me había venido a visitar desde alguna dimensión desconocida y
que me ayudaba en tareas tan interesantes de resolver como ganar una partida de
tenis asegurándose la confusión mental de todos los asistentes por los siglos
de los siglos.
Distraído, caminaba en
dirección a mi casa, cuando desde lejos vi a mamá en la puerta con el delantal
puesto —seguro que preparaba una torta— y mirándonos con extrema atención; por
un momento volvió a mi esa sombra de duda, puesto que me parecía que ella me
miraba pero no detenía su mirada en mí sino que esta continuaba más allá de mi pequeña persona y se dirigía a mi patoso
acompañante. Sólo por asegurarme miré hacia atrás y pude ver que el patoso de
capa negra la miraba también con un celo de amante. No me gustaba esa situación
pero tenía que aguantarla. Mi mamá y un fantasma flirteaban o al menos se
quedaban extasiados mirándose el uno al otro en mi presencia y además de ella
sólo yo podía ver a aquel ser fantasmagórico; eso sí, me constaba que solo me
ayudaba a mí; mamá no jugaba al tenis, ni concurría a una asociación cristiana
para los deportes y la convivencia coercitiva.
Decidí en ese instante que
viviría, lo que fuera que tuviera que vivir de allí en más, sin preocuparme ni
plantearme dilemas que no tuvieran solución.
Así fue que una y otra vez, una tarde y otra, iba al colegio, a jugar al
parque, a jugar a la asociación mencionada anteriormente, y a todas partes me
acompañaba mi torpe amigo. El conocía todos los sitios a los que íbamos, en
algunos se perdía durante unos días sin obedecer a lógica alguna que a mí me
apareciera como relevante, y luego volvía a aparecer en cualquier momento y lugar
del día donde se le ocurriera, tras sus incursiones probables en otras vidas
ajenas.
Cierta ocasión, al volver de una de sus andanzas desconocidas, le
pregunté cuál era la lógica de sus desapariciones, y me contestó,
sorpresivamente, que lo enviaban allí las fuerzas de la vida.
— ¿Filósofo?
— Trabajador, contestó.
— ¿Quieres decir que trabajas para la vida?
— Sí.
Imaginé que iba a ayudar a otros
niños en otras familias a ganar partidos de tenis o cosas parecidas. No
pregunté a quienes por temor a entrar en un desmesurado ataque de celos al
enterarme de que ayudara, por ejemplo, a algún rival mío en esos mismos
partidos. Celos y vergüenza al ser descubierto en mis artimañas.
Eso mismo me condujo a dejar pasar el tema, aunque la tentación
indagatoria era muy acuciosa.
Dejé casi de pensar y me entregué a jugar y divertirme con mi nuevo
amigo, extraño, lunático y patoso. Supongo que así comienzan las amistades, con
un leve olvido producido por el deseo consciente de centrarse en lo positivo
que tenga la perspectiva de la nueva relación. Así lo hice entonces y de este
modo fue que un día y otro me encontraba graciosamente sentado en el sofá de la
sala de estar de casa al lado de mis papás y también de mi amigo que para
variar hundía el sofá de tal manera bajo su peso que me abocaba a la caída
abisal en un punto ciego de energía fuertemente activa. Como dije antes: un
agujero negro en mi existencia que me absorbía literalmente con más potencia
que las fuerzas gravitatorias de la tierra. La atracción del abismo, pero un
abismo grato.
2 comentarios:
me encanta, no puedo dejar de leerla.
Muchísimas gracias por aportar tu comentario.
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