domingo, 23 de marzo de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 3 Entrada 3

El impulso que atravesó mi cuerpo  como una vibrante descarga de electricidad me hizo dar un brinco y quedar sentado casi sin pensarlo ni un segundo; mi impulso era de cariño, deseaba compartir con mi amigo la alegría al volver a verlo por aquí, en mi casa, pero de inmediato volvieron a mi todos los recuerdos de los pasados días en que según yo creía lo había espantado comportándome quizás como un pesado y logrando así agobiarlo lo suficiente como para que emprendiera la huida o más bien el alejamiento respecto de mi inquietante y molesta persona. Me dolía resultar molesto, nada podía ofenderme más que esa opinión; opinión que por otra parte nadie había vertido acerca de mí, ni en mis oídos ni en un jarro con agua o seco, pero que de todos modos me rondaba como un mosquito buscando dónde exactamente darme el picotazo definitivo que me causara una roncha imborrable.
Guardé entonces el silencio que creí necesario para no arruinar el pastel; y esperé a ver qué me decía, pero mi amigo continuó allí a los pies de la cama, como un vagabundo intergaláctico, acomodándose su capota sin darse por enterado de mi presencia y mirándose una y otra el aspecto de arriba abajo con el mismo prurito de perfección que una madame ante el espejo pero sin la necesaria meticulosidad que aplicaría una chica al efecto. Sacudía el polvo celestial en medio de mi habitación pero esto a mí no me importaba mayormente porque observaba que ese polvo se diseminaba en la atmósfera según podía ver pero no llegaba a contaminar ni irritar mi aparato olfativo, con lo que supuse que estaba siendo extraído de la habitación mediante algún artilugio misterioso y energético que enviaba toda esa contaminación en dirección de algún aparato absorbente que se lo llevaba al confín de la galaxia. Esto me tranquilizó porque no tendría que explicar ante mi familia ningún tipo de suciedad ambiental de origen desconocido.
 Me estuve preguntando durante un larguísimo rato si me escucharía, y elaboré dos hipótesis: una era que padecía de sordera y la otra era que se encontraba en una dimensión paralela desde la cual se comunicaba de a ratos pero que en materia de sonido les hacía falta un buen técnico especialista en esa área: o perdían la señal o bien no existía tal señal. Pensar esto me arañó causándome daño en el corazón porque recordé nuevamente que igual no le importaba nada en absoluto de mi persona.
Con el objetivo de no ahondar más en mi propio dolor, decidí cambiar de actitud y me quedé suavemente recostado en mi cama mirándolo hacer sus extraños movimientos. Calculando cómo haría en el futuro para llevar una relación con él, como me comunicaría y sobre todo qué haría cuando me encontrara en circunstancias como esta, para la cual no tenía respuesta posible ni aprendida.
Él continuaba acicalándose, o algo parecido, y parecía tener algún dispositivo encendido que lo condenaba a aquella tarea a perpetuidad, como un motor de movimiento perpetuo que se hubiera puesto en marcha en su persona. Un disco rayado. Un fallo sistémico que volvía a presentarse una y otra vez hasta que alguien lo reparara. Grité, sólo por hacer una prueba de sonido: ¿¡Quieres parar!?
Pero no hubo respuesta alguna, me causó risa, recordándome a los gorilas y otros monos grandes del zoológico espulgándose meticulosamente ante el público sin mirarlo en absoluto y deteniendo pensativamente por momentos su actividad para saborear alguna pulguita. Momento en el cual parecían mirar al público con cierta curiosidad y desde el fondo de esa curiosidad a veces surgía un impulso mal sano de ataque que se manifestaba en la impotencia de detrás de la jaula y el encierro insuperable con golpes en el suelo y amenazas con el brazo en alto y unos rugidos roncos y furiosos.
Esto mismo parecía hacer mi amigo desde aquel lugar de encierro que era su dimensión propia. Sólo que no había amenazado a nadie todavía. Sólo se limitaba a mirar con su cara vacía y oscura y transmitía de un modo misterioso esa curiosidad o falta total de entendimiento acerca de lo que sucedía de este lado, el lado humano de la existencia.
Con el paso de los días me acostumbré a esta mecánica casi de aparato tecnológico; yo lo miraba como si se tratara de una película que tenía en pantalla continuamente. Sabía que estaba ahí, sabía que no me contestaba, aunque sospechaba que un día sí me contestaría, al comienzo me mantenía muy atento a ver si esa respuesta se producía, luego me adapté a las inalterables circunstancias y le encontré incluso cierta gracia. Aquel gran gorila del espacio estaba allí para revelarme algo y no se podría ir sin decírmelo, o sea que quien estaba atrapado por su misión era él y no yo, este pensamiento me llenaba de serenidad y me permitía aguardar el momento en que necesariamente se comunicaría conmigo.
Mi madre me hacía preguntas por esos días sobre mi estado de ánimo, sobre mi salud, sobre mis intereses futuros, y todo este renovado interés me hizo pensar que mi madre sospechaba o veía algo, quizás me había oído hablando solo, o habría presenciado alguno de esos momentos en que me venció la desesperación y le dirigí una larga perorata a mi amigo imaginario inquiriéndolo para que me hablara.
Eran momentos esos en los que cualquiera que me observara me vería dirigiéndome de gesto y palabra a una cierta zona vacía de nuestra casa desde la cual para los ojos humanos nadie podría jamás responderme.
 La vida en esos primeros tiempos con mi patoso, sordo y torpe amigo del medioevo galáctico fue básicamente silenciosa e inquietante para mí.
Ya estaba profundamente convencido de que nunca escucharía su voz aparte de aquellas veces en que me pareció o aluciné oír sus mensajes de un modo más bien telepático, cuando un día al llegar a casa del colegio escuchaba un gran alboroto dentro del cuarto de herramientas de mi papá en el garaje —un lugar preferido por mi amigo oscuros y silencioso—, estaba revolviendo con bastante agresividad y ruido los hierros que allí tenía bajo la forma de herramientas mi papá y parecía que volcaba al suelo cuanto se encontraba a su paso mientras gruñía y parecía mantener una discusión con alguien.
Sentí el rubor que subía a mi cara al tiempo que miré a mamá en busca de una impresión suya, pero me encontré que ella sonreía, como si se encontrara al tanto de todo lo referido a mi amigo imaginario y los ruidos que estaba produciendo en el garaje.
Entonces, dejando mis útiles del colegio sobre la mesa de la cocina corrí a aquel cuarto de herramientas a comprobar el estropicio. Sin embargo mi asombro fue grande al ver que mientras yo veía un desastre, mi mamá se había acercado por detrás y apoyaba su mano cariñosamente en mi nuca mientras me preguntaba qué es lo que miraba con tanta atención. Que mamá no lo viera me provocaba irritación y  frustración, puesto que yo estaba seguro de que ella lo veía.
Y esta irritación subió al ver como mi amigo imaginario se giraba, me miraba directamente a los ojos y luego a ella y decía “Finges no verme pero me ves claramente”. Yo miré entonces enseguida a mamá y me pareció adivinar un ligero rubor que ella con palabras entrecortadas y nerviosas intentó disimular, conduciéndome de regreso a la cocina para merendar.

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