sábado, 29 de marzo de 2014

Literatura líquida. Novela, Día 9. Entrada 12

En aquel paraje el tiempo se plegaba y todo parecía durar más o extenderse, para hacer la misma actividad se tardaba mucho más tiempo, y ese tiempo era lo más parecido a un actor muy convincente, porque las tardanzas parecían lo natural y que para recorrer una distancia que seguramente eras millonésimas partes de la recorrida en tren, se tardara casi lo mismo en tiempo, aparecía como algo de lo más habitual. Absurdo y asombroso pero verdad empírica al fin. Recordaba con esta extraña experiencia a la famosa naranja de Carnap; una endiablada naranja que, cortada siguiendo unos rigurosos e imposibles métodos de corte en otro lugar que no fuera un laboratorio —un laboratorio imaginario— resultaba luego imposible de volver a recomponer porque al intentar otra vez la juntura de la cascara en gajos abiertos su tamaño había crecido, por el propio corte matemático, a un tamaño mayor que el del Universo, y al parecer este crecimiento hacía imposible la recomposición de la naranja. Imagino que la naranja habría aplastado literalmente al universo. Pues de momento mi vida, expuesta a la próxima llegada de Echeverry, se veía ante el trance de ser aplastada por una naranja más grande que mi vida. El recorrido corto de Echeverry se reconstituía en tanto simple recorrido como una naranja hiperbólica que aplastaba cualquier noción citadina que yo hubiese traído conmigo de contrabando.
¿Cómo se iba a trasplantar esta alternativa vivencia del tiempo a mi convivencia con aquellas personas parientes pero desconocidas? Eso era algo que me alteraba un poco el pensar habitual y me mantenía ocupado. Quizás sólo lo pensara por eso, para mantenerme en una ocupación mental llevadera.
El caso es que me senté sobre mi maleta y me puse a observar el campo, los pájaros que de vez en cuando aterrizaban sobre una piedra, sobre un arbolito, sobre un coche destartalado que extrañamente funcionaba y que se encontraba allí despatarrado en el campo asoleado como un animal moribundo. Los pájaros me miraban, supongo que dentro de su Universo-naranja-de-Carnap yo era una aparición posterior al repliegue de su universo. Azules algunos, y brillantes, se acercaban dando unos pasitos de militar borracho, como queriendo mantenerse firmes a su pesar y se ponían de perfil, que según los manuales zoológicos es la manera que tienen muchos pájaros de verte, de costado y con solo un ojo, o sea, pensé, con sólo una mitad de su cerebro, por eso debe ser que dan dos pasitos, hacen un cambio de frente y te miran del otro lado, como para bañar a las neuronas que se encuentran de ese otro costado con tu imagen. No podía imaginar cómo harían el resumen final de tu presencia en su horizonte doble, por eso mismo comencé a entretener mis horas de esperas por el pájaro Echeverry caminando hacia el horizonte y de regreso del mismo horizonte con parecidos pasos a los de los pájaros —y descubrí así que los pájaros de la zona caminaban parecido sin importar su tamaño y la clase de pájaros de que se tratara—, mientras caminaba de aquel modo, iba cambiando el frente que ofrecía de mi cabeza al paisaje al tiempo que cerraba un ojo, de modo que creo haber logrado ver el mundo aquel como lo veían aquellos bichos.
Y lo que logré percibir es que cuando miraba al frente con mi ojo izquierdo y al tiempo cerrando el derecho, veía un mundo ordenado según el orden en que escribimos: de izquierda a derecha podía leer el mundo circundante sin marearme ni alterar en absoluto mi visión bifocal; pero al cerrar el ojo derecho y encarar el mundo allí delante con el ojo derecho, mi cerebro registraba un ligero y mareador vértigo que me empujaba hacia atrás. Mi ojo y con todo mi cerebro se iban para atrás, que en este caso quería significar que se iba de izquierda a derecha y por lo tanto se registraba un movimiento en todo mi cuerpo. De lo cual deduje que aquellos pájaros que vivían cerca del campo y cerca del mar eran ambidextros a nivel cerebral y que yo en cambio leía literalmente el mundo de izquierda a derecha. Me pregunté cómo lo experimentaría un judío o un árabe que escriben de derecha a izquierda, me habría gustado tener a uno cerca para preguntarle si experimentaban el mareo del otro lado del cerebro, que cuando se produce, por increíble que parezca parece que lo experimenta el cuerpo entero. El cuerpo es el cerebro expandido. Todo el cerebro es todo el cuerpo. Coloqué entonces a continuación allí delante la espera de seis horas por el carnapiano Echeverry y al verla, sintetizada en una sola imagen que me costó bastante crear, al verla con mi ojo derecho adelantado descubrí que esa espera podía prosperar, desarrollarse, cambiar y convertirse en un objeto imaginario capaz de suscitarme distintos tipos de emociones; en cambio, cuando la miraba con el ojo izquierdo adelantado, simplemente se quedaba allí como un comienzo de todas las cosas pero sin crecer, prosperar ni desarrollarse. Tenía, en este segundo caso, que poner más esfuerzo de mi parte para que  creciera y llegara a emocionarme de alguna manera. Así me di cuenta de que el ojo izquierdo mantiene estático el pasado en tanto el derecho crea futuros y que eso se refleja en unos ciertos movimientos casi microscópicos.
De donde se deduce, para los veloces con su cerebro, que acababa de descubrir, gracias a los pájaros, imitándolos, que el mareo se produce ante los posibles futuros de cualquier imagen que esté ahí fuera y que la mejor manera de que algo no se desarrolle de un modo que no nos agrade o que no podamos controlar, es mirarlo preventivamente, sólo con el ojo izquierdo y con el derecho cerrado, porque de este modo se evita un crecimiento de esa imagen en nuestro cerebro fuera de control. Ahora, si lo que deseaba era que una imagen amada creciera y se desarrollara en fantasías múltiples, lo mejor era que la mirara de frente con solo mi ojo derecho, el ojo creador de futuros, y el izquierdo cerrado. Mi infancia, por momentos propia de Tom Sawyer, le debe todo a mi carácter de explorador; de explorador en mi propio cerebro.
Cuando, pasado un rato, se me acercó nuevamente el revisor del tren, a mostrarme su preocupación por mi salud, por mi apetito y por mi estado de ánimo, lo miré sólo con el ojo izquierdo, y ya sea que el hombre se quedó sorprendido de que lo miraran así y se puso a pensar vaya a saber en qué cosas o porque realmente la energía que emite un cerebro puede influir a otros cerebros, el caso es que se quedó quieto y sin palabras y no progresaba en su comunicación para conmigo. Acababa de descubrir un arma letal de la percepción.
Y esta arma consistía en paralizar la actividad de los otros o en ver sus posibles derivaciones, la mayor parte de las cuales no eran derivaciones reales sino meramente imaginarias y exclusivamente mías. Mis miedos casi siempre, mi miedo  a que tal evento se desarrolle de una manera que no resulte de mi agrado o que realmente acabe perjudicándome,
Ese fue el primer aspecto que tomó mi arma, el primer color que adoptó ante mis ojos, luego al encontrarle otras interesantes utilidades fue que adquirió nuevos matices y utilidades; pensé un cierto día que mediante este uso de mi capacidad visual podía, si así lo deseaba, proyectar en las cámaras de mi mente una escena perdida del pasado y ver, observándola sólo con mi ojo derecho, cómo se había desarrollado subrepticiamente hasta hoy sin que yo le concediera atención. De este modo me lancé a hacer un experimento inusual. Recordé, por ejemplo, al comenzar con mi experimentación, un perrito que había tenido cuando era muy pequeño, y recordé su desaparición de mi vida, una desaparición por pérdida, no por muerte, que implicó también la desaparición de otras personas, amigos, de aquella misma vida, entonces me fijé en la escena que más grabada me había quedado de aquella época compartida con el animalito y la fui adornando con la presencia de las personas aquellas que también se habían marchado pero que seguían con sus vida de alguna manera y que yo no sabía de ellos. Sólo miré aquella imagen mental durante largos periodos con mi ojo derecho mientras mantenía el izquierdo herméticamente cerrado, y por el sólo hecho de mirarla de ese modo se comenzaron a desarrollar una cantidad de historias de las cuales yo no sabía si podían ser verdaderas o falsas, si aquella cosas que yo veía con mi ojo había sucedido en las vidas de aquellas personas o no y en la mayor parte de los casos tampoco podía comprobarlo, pero el caso es que un tiempo luego de mirar y remirar a aquellas personas en mi mente, un par de ellas dieron noticias de su existencia y lo hicieron a través de comunicaciones telefónicas que mantenía desde mi nuevo hogar con mi padre. Lo más asombroso es que las historias aquellas que ellos realmente habían finalmente vivido, se parecían y mucho a lo que yo había imaginado mirándolos solamente con mi ojo derecho y manteniendo el izquierdo cerrado por completo. Mi razonamiento, absurdo quizás para personas que no sean tan experimentadoras como yo, era que el ojo derecho estaba conectado a futuro y podía ver no uno sino los múltiples futuros que las personas tienen a su disposición, aunque luego escojan solo uno de los posibles.
A partir de ese momento y de esas elucubraciones comencé a crear en mi mente futuros y futuros cada vez con mayor y más exhaustiva precisión.   
En aquel momento mismo en la estación me imaginaba llegando a la finca en el campo y saludando a mis parientes, fueran estos quienes fueran y me imaginé que estaban a mi disposición de un modo más amable y cariñoso que todo lo último que yo había estado experimentando en mi vida más reciente. Se trataba en mi imaginación de unas personas estupendas que me recibían con gran alegría y que estaban muy contentos de estar conmigo, no solamente por lo que de mí habían podido saber a través de mi padre y de mi madre sino porque me consideraban una persona, algo que últimamente me parecía que nadie hacia conmigo.
Me daba la sensación de que me miraban como un chico que debía comportarse de una manera y no de otra, y que debía hacer ciertas cosas y evitar otras acciones o actitudes. En fin, un mundo de obligaciones, según me parecía sin derechos a expandirme y expresarme tal y como soy. De modo que estas nuevas construcciones en las cuales yo aparecía favorecido eran el alimento de mi alma para sobrellevar lo que hubiera de ser sobrellevado.
Con Echeverry finalmente no tuve la misma suerte en cuanto a mejorar en mi mente su aspecto, Porque Echeverry realmente en su mundo carnapiano se ve que era muy renuente al cambio o al menos era de tal magnitud su densidad que aplastaba todo cambio, y se mostró tal y como la leyenda lo mostraba de antemano.

No hay comentarios: