En aquel paraje el
tiempo se plegaba y todo parecía durar más o extenderse, para hacer la misma
actividad se tardaba mucho más tiempo, y ese tiempo era lo más parecido a un
actor muy convincente, porque las tardanzas parecían lo natural y que para
recorrer una distancia que seguramente eras millonésimas partes de la recorrida
en tren, se tardara casi lo mismo en tiempo, aparecía como algo de lo más
habitual. Absurdo y asombroso pero verdad empírica al fin. Recordaba con esta
extraña experiencia a la famosa naranja de Carnap; una endiablada naranja que,
cortada siguiendo unos rigurosos e imposibles métodos de corte en otro lugar
que no fuera un laboratorio —un laboratorio imaginario— resultaba luego
imposible de volver a recomponer porque al intentar otra vez la juntura de la
cascara en gajos abiertos su tamaño había crecido, por el propio corte
matemático, a un tamaño mayor que el del Universo, y al parecer este
crecimiento hacía imposible la recomposición de la naranja. Imagino que la
naranja habría aplastado literalmente al universo. Pues de momento mi vida,
expuesta a la próxima llegada de Echeverry, se veía ante el trance de ser aplastada
por una naranja más grande que mi vida. El recorrido corto de Echeverry se
reconstituía en tanto simple recorrido como una naranja hiperbólica que
aplastaba cualquier noción citadina que yo hubiese traído conmigo de
contrabando.
¿Cómo se iba a
trasplantar esta alternativa vivencia del tiempo a mi convivencia con aquellas
personas parientes pero desconocidas? Eso era algo que me alteraba un poco el
pensar habitual y me mantenía ocupado. Quizás sólo lo pensara por eso, para
mantenerme en una ocupación mental llevadera.
El caso es que me
senté sobre mi maleta y me puse a observar el campo, los pájaros que de vez en
cuando aterrizaban sobre una piedra, sobre un arbolito, sobre un coche
destartalado que extrañamente funcionaba y que se encontraba allí despatarrado
en el campo asoleado como un animal moribundo. Los pájaros me miraban, supongo
que dentro de su Universo-naranja-de-Carnap yo era una aparición posterior al
repliegue de su universo. Azules algunos, y brillantes, se acercaban dando unos
pasitos de militar borracho, como queriendo mantenerse firmes a su pesar y se
ponían de perfil, que según los manuales zoológicos es la manera que tienen
muchos pájaros de verte, de costado y con solo un ojo, o sea, pensé, con sólo
una mitad de su cerebro, por eso debe ser que dan dos pasitos, hacen un cambio
de frente y te miran del otro lado, como para bañar a las neuronas que se
encuentran de ese otro costado con tu imagen. No podía imaginar cómo harían el
resumen final de tu presencia en su horizonte doble, por eso mismo comencé a
entretener mis horas de esperas por el pájaro Echeverry caminando hacia el
horizonte y de regreso del mismo horizonte con parecidos pasos a los de los
pájaros —y descubrí así que los pájaros de la zona caminaban parecido sin
importar su tamaño y la clase de pájaros de que se tratara—, mientras caminaba
de aquel modo, iba cambiando el frente que ofrecía de mi cabeza al paisaje al
tiempo que cerraba un ojo, de modo que creo haber logrado ver el mundo aquel
como lo veían aquellos bichos.
Y lo que logré
percibir es que cuando miraba al frente con mi ojo izquierdo y al tiempo
cerrando el derecho, veía un mundo ordenado según el orden en que escribimos:
de izquierda a derecha podía leer el mundo circundante sin marearme ni alterar
en absoluto mi visión bifocal; pero al cerrar el ojo derecho y encarar el mundo
allí delante con el ojo derecho, mi cerebro registraba un ligero y mareador
vértigo que me empujaba hacia atrás. Mi ojo y con todo mi cerebro se iban para
atrás, que en este caso quería significar que se iba de izquierda a derecha y
por lo tanto se registraba un movimiento en todo mi cuerpo. De lo cual deduje
que aquellos pájaros que vivían cerca del campo y cerca del mar eran
ambidextros a nivel cerebral y que yo en cambio leía literalmente el mundo de
izquierda a derecha. Me pregunté cómo lo experimentaría un judío o un árabe que
escriben de derecha a izquierda, me habría gustado tener a uno cerca para
preguntarle si experimentaban el mareo del otro lado del cerebro, que cuando se
produce, por increíble que parezca parece que lo experimenta el cuerpo entero.
El cuerpo es el cerebro expandido. Todo el cerebro es todo el cuerpo. Coloqué
entonces a continuación allí delante la espera de seis horas por el carnapiano
Echeverry y al verla, sintetizada en una sola imagen que me costó bastante
crear, al verla con mi ojo derecho adelantado descubrí que esa espera podía
prosperar, desarrollarse, cambiar y convertirse en un objeto imaginario capaz
de suscitarme distintos tipos de emociones; en cambio, cuando la miraba con el
ojo izquierdo adelantado, simplemente se quedaba allí como un comienzo de todas
las cosas pero sin crecer, prosperar ni desarrollarse. Tenía, en este segundo
caso, que poner más esfuerzo de mi parte para que creciera y llegara a emocionarme de alguna
manera. Así me di cuenta de que el ojo izquierdo mantiene estático el pasado en
tanto el derecho crea futuros y que eso se refleja en unos ciertos movimientos
casi microscópicos.
De donde se deduce,
para los veloces con su cerebro, que acababa de descubrir, gracias a los
pájaros, imitándolos, que el mareo se produce ante los posibles futuros de
cualquier imagen que esté ahí fuera y que la mejor manera de que algo no se
desarrolle de un modo que no nos agrade o que no podamos controlar, es mirarlo
preventivamente, sólo con el ojo izquierdo y con el derecho cerrado, porque de
este modo se evita un crecimiento de esa imagen en nuestro cerebro fuera de
control. Ahora, si lo que deseaba era que una imagen amada creciera y se
desarrollara en fantasías múltiples, lo mejor era que la mirara de frente con
solo mi ojo derecho, el ojo creador de futuros, y el izquierdo cerrado. Mi
infancia, por momentos propia de Tom Sawyer, le debe todo a mi carácter de
explorador; de explorador en mi propio cerebro.
Cuando, pasado un
rato, se me acercó nuevamente el revisor del tren, a mostrarme su preocupación
por mi salud, por mi apetito y por mi estado de ánimo, lo miré sólo con el ojo
izquierdo, y ya sea que el hombre se quedó sorprendido de que lo miraran así y
se puso a pensar vaya a saber en qué cosas o porque realmente la energía que
emite un cerebro puede influir a otros cerebros, el caso es que se quedó quieto
y sin palabras y no progresaba en su comunicación para conmigo. Acababa de
descubrir un arma letal de la percepción.
Y esta arma consistía
en paralizar la actividad de los otros o en ver sus posibles derivaciones, la
mayor parte de las cuales no eran derivaciones reales sino meramente
imaginarias y exclusivamente mías. Mis miedos casi siempre, mi miedo a que tal evento se desarrolle de una manera
que no resulte de mi agrado o que realmente acabe perjudicándome,
Ese fue el primer
aspecto que tomó mi arma, el primer color que adoptó ante mis ojos, luego al
encontrarle otras interesantes utilidades fue que adquirió nuevos matices y
utilidades; pensé un cierto día que mediante este uso de mi capacidad visual
podía, si así lo deseaba, proyectar en las cámaras de mi mente una escena perdida
del pasado y ver, observándola sólo con mi ojo derecho, cómo se había
desarrollado subrepticiamente hasta hoy sin que yo le concediera atención. De
este modo me lancé a hacer un experimento inusual. Recordé, por ejemplo, al
comenzar con mi experimentación, un perrito que había tenido cuando era muy
pequeño, y recordé su desaparición de mi vida, una desaparición por pérdida, no
por muerte, que implicó también la desaparición de otras personas, amigos, de
aquella misma vida, entonces me fijé en la escena que más grabada me había
quedado de aquella época compartida con el animalito y la fui adornando con la
presencia de las personas aquellas que también se habían marchado pero que
seguían con sus vida de alguna manera y que yo no sabía de ellos. Sólo miré
aquella imagen mental durante largos periodos con mi ojo derecho mientras
mantenía el izquierdo herméticamente cerrado, y por el sólo hecho de mirarla de
ese modo se comenzaron a desarrollar una cantidad de historias de las cuales yo
no sabía si podían ser verdaderas o falsas, si aquella cosas que yo veía con mi
ojo había sucedido en las vidas de aquellas personas o no y en la mayor parte
de los casos tampoco podía comprobarlo, pero el caso es que un tiempo luego de
mirar y remirar a aquellas personas en mi mente, un par de ellas dieron
noticias de su existencia y lo hicieron a través de comunicaciones telefónicas
que mantenía desde mi nuevo hogar con mi padre. Lo más asombroso es que las
historias aquellas que ellos realmente habían finalmente vivido, se parecían y
mucho a lo que yo había imaginado mirándolos solamente con mi ojo derecho y
manteniendo el izquierdo cerrado por completo. Mi razonamiento, absurdo quizás
para personas que no sean tan experimentadoras como yo, era que el ojo derecho
estaba conectado a futuro y podía ver no uno sino los múltiples futuros que las
personas tienen a su disposición, aunque luego escojan solo uno de los
posibles.
A partir de ese
momento y de esas elucubraciones comencé a crear en mi mente futuros y futuros
cada vez con mayor y más exhaustiva precisión.
En aquel momento mismo
en la estación me imaginaba llegando a la finca en el campo y saludando a mis
parientes, fueran estos quienes fueran y me imaginé que estaban a mi
disposición de un modo más amable y cariñoso que todo lo último que yo había
estado experimentando en mi vida más reciente. Se trataba en mi imaginación de
unas personas estupendas que me recibían con gran alegría y que estaban muy
contentos de estar conmigo, no solamente por lo que de mí habían podido saber a
través de mi padre y de mi madre sino porque me consideraban una persona, algo
que últimamente me parecía que nadie hacia conmigo.
Me daba la sensación
de que me miraban como un chico que debía comportarse de una manera y no de
otra, y que debía hacer ciertas cosas y evitar otras acciones o actitudes. En fin,
un mundo de obligaciones, según me parecía sin derechos a expandirme y
expresarme tal y como soy. De modo que estas nuevas construcciones en las
cuales yo aparecía favorecido eran el alimento de mi alma para sobrellevar lo
que hubiera de ser sobrellevado.
Con Echeverry
finalmente no tuve la misma suerte en cuanto a mejorar en mi mente su aspecto, Porque
Echeverry realmente en su mundo carnapiano se ve que era muy renuente al cambio
o al menos era de tal magnitud su densidad que aplastaba todo cambio, y se
mostró tal y como la leyenda lo mostraba de antemano.
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