Diario líquido
26 de marzo de 2014
El paso que va de la gravitación de
la persona como ciudadano a consumidor está en la esencia de la
invulnerabilidad de las instituciones sólidas.
En casi todas las
áreas de la vida social se ha producido este paso y en el caso de los
escritores se produjo motu proprio; claudicaron sin lucha a través de órganos
que les permiten opinar que la literatura tenía o al menos los intelectuales
que escribían tenía una pretensiones que no coinciden con el alcance de su obra
o pensamiento, y muchas veces eso es cierto. La popularización de cierto tipo
de libros permitió cubrir el inmenso campo de la lectura con una nube de
ideología. Leer es inofensivo, leer es una actividad solo una actividad nada
más que una actividad; como si a la hora de hacerlo se debiera cancelar
cualquier principio motor.
Cada día más el libro
es más una mercancía sometida a juicios propios de los objetos mercancía. La presentación,
el colorido, incluso el metraje que se puede cubrir con ellos de estantería,
hace unos pocos años. Los críticos incluso se han sometido voluntariamente a
corrientes de pensamiento más mercantiles que literarias. Así entonces por
ejemplo se pueden leer críticas en las cuales un libro es menospreciado porque
repite fórmulas del siglo XIX, no porque lo haga de un modo fallido, sino
porque el modelo es viejo. Y la noción de lo viejo se extiende a hace sólo quince años, al modo como calculan los adolescentes lo antiguo.
La literatura del hit
parade.
En cuanto a las nuevas
presentaciones: pdf, ebook, etc
Estas hacen entrar al
libro como mensaje en un formato. Y al hacerlo induce un formato de lectura,
una lectura, a mí parecer, y puede que dentro de dos años deba confesar que
estaba equivocado, atomizada y que impide la contemplación de la estructura global.
La gran contrariedad
cómica de todo este proceso, una de las dinámicas con más rendimiento en humor,
es la contrariedad que viven los propios escritores, envanecidos de gramática; en realidad, es lo mismo que envanecerse de conducir el coche. Una destreza
neurológica que implica similares funciones y una intensidad de concentración
análoga.
Hoy un amigo en Facebook,
chateando me dijo sobre el libro que llevo días escribiendo:
“Héctor, lo que nadie
te va a perdonar es la calidad extrema de los textos que a diario escribes y
subes al blog”.
Un juicio, a todas
luces, del modelo de comparación jerárquica de los ámbitos propios de los
literatos.
Yo escribo para que
quienes quieran hacerlo experimenten la sensación de facilidad, que es la
primera que se debe sentir en el cuerpo para dar el paso hacia la excelencia.
La literatura es un
objeto amado que duele al ser entregado a la muerte en su forma hasta ahora
conocida; en Barcelona ya se venden los libros en las peluquerías y en las
tiendas de ropa y en los bares, en los estancos de tabaco, como objetos
arqueológicos rescatados de un incendio y puestos a malbaratarse a un euro. Ahí
van Cronin, Somerset Maugham, Vargas Llosa, Arguedas, Moravia, todos sin
clemencia, como antigüallas en formato papel.
Lo que importa es el
formato; y parece que también la escritura y la lectura, que permanecerán más
allá del papel.
Estos nuevos modos
necesitan de una identidad y en la modernidad líquida, la identidad sólo se
logra mediante la exposición pública.
En eso estoy.
Héctor D’Alessandro 26
y marzo y Xalapa
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