viernes, 19 de diciembre de 2014

Compra la novela "Los ojos de mi madre" en Amazon

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miércoles, 18 de junio de 2014

Héctor D'Alessandro, escritor y coach

Héctor D'Alessandro es escritor y coach en PNL y en coaching sistémico. 
 Es el primer escritor que escribió la vida de una madame y prostituta, "Naná" en 1991, Montevideo, Uruguay.
 En el mismo año se convierte asimismo en el primer autor del continente que escribe y publica un libro biográfico (una historia de vida) sobre una prostituta menor de edad: "Flavia: mil historias"; un libro con una perspectiva sociológica y sociosemiótica. 
 Citado en la enciclopedia Greenwod como el primer autor de todo el continente que se interesa y escribe sobre personas alternativas y de opciones sexuales alternativas. 
  Es el autor de la primera biografía novelada sobre la vida de un Pae de Umbanda (la santeria del Uruguay) que también es transexual. "Las vidas de Miguela", Montevideo 1992. 
  Es el primer autor que escribe en español una narración y ensayo sobre el I'Ching y esta se publica en KIER, Buenos Aires, 1986.   (Este relato-ensayo figura en la antología “El cucaracho y otras aventuras, 2012. EyC, Puebla, México.)
  En 1987 gana el concurso de relatos universitarios de la FEUU, preside el jurado Eduardo Galeano y su relato “El lado de acá” es considerado por el jurado “lo más fuerte que han leído en años y que se ha presentado al concurso”.
  Es el ganador del primer premio en español del KOSMOPOLIS del CCCB de Barcelona, en 2006 con su relato "El perro que fuma".
   Participa como ganador en la antología mexicana "Voces con vida" en 2008 y en esa antología es donde el crítico mexicano Bernardo Ruiz lo incluye como un autor dotado de gran plasticidad y originalidad imaginativa y el escritor sueco chileno Víctor Aquiles Jiménez lo considera uno más de los autores que dominan las nuevas tecnologías y que considera que dominarán el panorama de la lengua española en las siguientes décadas.
  La doctora Susana Arroyo-Furphy considera el libro en el que figura H.D. una joya que formará parte de las letras hispanoamericanas y de la literatura universal.
  El relato de D’Alessandro en esta antología es “Un hombre encuentra una novela en el metro de Paris”.    
  Como videoblogger ubica sus cursos de narrativa  y su relato "El cucaracho" en un nivel elevado de visionados y audiciones y obtiene un premio en la Radio Silenci de Catalunya.
 Se traduce al sloveno y se incluye en una antología de los nuevos autores latinoamericanos que triunfan con nuevas tecnologías en internet.
 Se transmite el cuento  en un pequeño radioteatro en la Radio Universidad de Lubliajna, Slovenia.
 Se publica en Puebla, México. Ediciones de Educación y Cultura: "El cucaracho y otras aventuras", una antología de treinta años de relatos de Héctor D’Alessandro, compilados por Marco Tulio Aguilera.
   Como coach es el autor del primer libro de PNL dedicado al coaching para escribir en lengua española. "Coaching para escribir con PNL" y en "Aprender es recordar" formula su teoría del funcionamiento cerebral para el área de la escritura creativa.
  Es el primer coach del mundo que posa desnudo en una de sus publicidades: "¿Qué es lo primero que le miras a un coach de PNL?"
  Es el primer escritor en la historia que escribe una novela ante cámaras y se transmite el evento día a día online. Esto lo hace en la ciudad de Xalapa, México, en 2014. El libro en papel se titulará "Los ojos de mi madre".
  Presenta el Cucaracho en Xalapa, y es considerado un nuevo referente cultural, entre los ya existentes, de la ciudad.
 En la misma ciudad de Xalapa da talleres de PNL y de coaching sistémico,
 y su curso estrella "Coaching para escribir tu obra" en el Instituto Universitario REALIA.

domingo, 25 de mayo de 2014

Homenaje a Gabriel García Márquez. intervención de Héctor D'Alessandro e...


Muchos años después, frente al Dios de todo lo que es, el escritor colombiano 
Gabriel García Márquez, recordaría la tarde remota en que su amigo Álvaro Mutis 
lo llevó a conocer Xalapa. 

Literatura líquida. Con los visitantes.

Desde el primer día de redacción de mi novela en público, se acercaban personas a preguntar detalles de lo más variados, sobre cómo escribir en general, sobe cómo escribía esa novela en concreto, y yo, contento como estaba de hacer mi "performance", me dejaba llevar entusiasmado, así tuve muy agradables conversaciones y conocí estupendas personas

Performance Literatura líquida. Momento.


Escribir. Parar. Pensar. Tomar café. Consultar a Bauman. Seguir escribiendo. Entretenerse mirando a la cámara. Continuar escribiendo. 
La performance consistía en buena parte en mirar a un escritor haciendo lo que hace mientras escribe; algo que los escritores nunca muestran y que constituye un área llena de interdicciones y justificaciones que ocultan en realidad un sinnúmero de resignaciones, impotencia y frustración.

Nos vemos en Oaxaca


Mientras escribía la novela "Los ojos de mi madre" en la librería "Rayuela", enfrente, en el Recreativo Xalapeño se desarrollaba La Guelaguetza, fiesta oaxaqueña, Allí hice muchos buenos amigos y amigas. Prometimos volver a vernos en Oaxaca.

Performance. Literatura líquida. El dia que vino Garramuño


El 24 de marzo vino a verme escribir mi novela en público y online Marco Tulio Aguilera. Él, escritor, sí leía el texto, uno, no el único modo de fruir de mi performance.

viernes, 25 de abril de 2014

Intensivo de coaching para escribir por Héctor D’Alessandro

Intensivo de coaching para escribir por Héctor D’Alessandro
26 de abril, Centro Recreativo Xalapeño. 
De 10 A.M. a 8 P.M. con intervalos para comer y descansos.
Xalapeños ilustres 31, esquina Insurgentes (Zona Centro) 
Informaciones e inscripciones al móvil de Telcel 55 3448 6383 o al mail: hectordalessandro@yahoo.es
Precio: 350 Pesos Mexicanos
En este curso de coaching (entrenamiento) para escribir aprendemos mediante modelos de aprendizaje dinámico de alto nivel recursos o capacidades y adquirimos instrumentos en dos áreas al mismo tiempo:
1. A nivel del trabajo con los textos
2. A nivel personal

1. A nivel del trabajo con los textos.

En este curso de coaching (entrenamiento) en escritura, adquieren habilidades de lectura y escritura nuevas y diferentes.
Adquieren la habilidad de leer textos enfocando la atención en otros aspectos y dimensiones de la lectura y de la escritura.
Y aprenden a hacerlo de modo mecánico, tal y como aprendieron en su día a leer, por ejemplo, buscando cuál es el tema de un texto, o cuáles son las cualidades estilísticas o morales.
Solo que ahora aprenderán a leer “cómo lee el ojo”. Qué orden da la mirada a las frases y cómo las jerarquiza y de qué manera prioriza a unos modelos por encima de otros.
Y cómo el cerebro ordena los contenidos en representaciones que guardan siempre un orden de acuerdo a la persona que lee: visual, auditivo, kinestésico, gustativo, olfativo.
En la lectura habitual, se sigue el hilo del autor y se prescinde de los elementos estructurantes del discurso y de las frases y párrafos, que el cerebro ya conoce. Aquí enseñamos a leer de tal manera que el alumno aprende a ordenar de manera mecánica cualquier escrito de modo tal que ningún texto tendrá ya dificultad para el alumno por elevada que se su calidad, complejidad o barroquismo.
Aprenderá a reconocer y utilizar los Niveles neurológicos para ordenar cualquier texto.
El cerebro no ordena un texto de cualquier manera y no resuelve tampoco un problema de creación narrativa o ensayística de cualquier manera sino siguiendo un orden de preguntas y jerarquías que son los niveles neurológicos. Pero, no se pregunta de cualquier manera sino de unos modos concretos. Este tema es el núcleo de mi libro “Coaching para escribir con PNL”. El alumno aprenderá a preguntarse de modo adecuado y acorde a cómo el propio cerebro lo hace, para descubrir siempre el modo de crear más y más y de modo excelente.
Aprenderá también a utilizar el Modelo PLICA, (personas, lugares, información, cosas, actividades) de programas mentales que intervienen en la construcción de cualquier narración o texto.
Cómo gestionarlos, para que a la hora de escribir el cerebro trabaje a favor de nuestras preferencias habituales.
El alumno adquirirá la habilidad de leer de otros modos, más propios de un creador de textos que de un gramático o de un lector relativamente preparado.
Aprenderá al menos dos modelos de auto-indagación (preguntas-respuestas) que le permitirán hablar consigo mismo de un modo que le facilite a su propio cerebro continuar escribiendo y creando.
Todos los textos y discursos (escritos y orales) están ordenados siguiendo pautas individuales. Pero todos están estructurados con una base de programas elementales (“metaprogramas”) que ordenan toda la experiencia humana.
En este curso se aprende a partir de la experiencia con los propios textos y de los otros alumnos, cuáles metaprogramas utilizamos inconscientemente para ordenar y crear nuestro discurso oral y/o escrito.
Aprendemos entonces cuáles son nuestras fortalezas y cuáles recursos o fortalezas aún no hemos activado.
Hasta aquí en lo que tiene que ver con el trabajo en textos. A continuación el resumen del trabajo personal.


2. A nivel personal
A nivel personal el alumno aprende:
A leer en el cuerpo (sistema neurofisiológico) de los otros alumnos y de sí mismo cuándo se encuentran en un estado de alto rendimiento en creatividad.
Esta parte es netamente experiencial
Aprenderán a reconocer ese estado de alto rendimiento en las áreas importantes: postura corporal, actitud física, neurológica y pensamientos habituales en el momento de máxima creatividad.
Este aprendizaje facilita el que el alumno pueda acceder conscientemente y a voluntad a su particular modo de estar en actitud creativa y en la postura personal más adecuada para esa persona en concreto.
De este modo aprendemos a utilizar en nuestro beneficio el “estar” en la actitud y postura personal creativa.
Saber cuál es la postura física personal de máximo potencial es muy importante en esta área y en todas las áreas de la actividad humana.
Porque nos permite acceder de modo claro e inmediato a nuestra máxima capacidad de atención, concentración e incremento de la memoria.

lunes, 21 de abril de 2014

Escritor uruguayo escribe novela en 30 días en la librería Rayuela de la ciudad de Xalapa




Con la periodista decana Rosalinda Zárate y S.


                                                        Con el Alcalde Américo Zúñiga

sábado, 19 de abril de 2014

Todos los que estábamos en y de la Librería en el momento de poner la palabra FIN

                             Aquí, la mayor parte del equipo de la librería. Aidee (propietaria)
                             Julian, Jorge, Pablo, Yo, Irais.

Fin de la novela "Los ojos de mi madre". Buen augurio y registro del ISBN






A las 16 horas y 44 minutos en Xalapa-Enríquez puse la palabra FIN a mi novela y al tiempo que lo hacía, unos enamorados se reconciliaban a besos frente a la vidriera que tengo detrás donde esta pegada la publicidad de mi actividad. El mejor de lo augurios para esta novela que se titula "Los ojos de mi madre". Mis ojos me han permitido ver esta señal. A las 17 registré el ejemplar original completo y a continuacion subo la foto del ISBN. En los próximos dias, una vez corregido el libro, lo entregaré a la editorial. Muchas gracias a todos. 
Héctor D'Alessandro

Las fotos que me hizo Citlally Vazquez Arguelles.




México de luto por el fallecimiento de García Márquez; "el hombre que se hizo querer".


Con Ricardo Flores de Comunicación Social del Municipio.

                             

Citlally Vazquez Arguelles, de Comunicación Social del Municipio.

                              Citlalli, de comunicación social del Ayuntamiento.

Literatura líquida. Novela. Día 30. Entrada 30.

Me sentí feliz al lado de mi padre despidiéndome de mamá como hacía tiempo no me sentía, un sentimiento de orgullo a la vez, de alegría por tener un padre tan sensible y honorable que me regalaba este momento, sentimiento de orgullo por estar juntos en un acto tan importante y saber llevarlo adelante. Con el paso del tiempo me di cuenta que como niño lo que necesitaba era que me dieran esa importancia, esa sensación de que valgo y de que soy suficientemente grande para afrontar circunstancias difíciles. Ser grande o ser cómo los grandes es probablemente el sueño más motivador que pueda tener un niño a su alcance, el deseo de hacerlo con tanta pericia como ellos saben seguramente hacerlo. Esta idea y las sensaciones de ella derivadas me mantenían en pie ante el cuerpo de mi mamá y me motivaban para seguir animoso y optimista en el futuro. En ese momento una emoción me desgarró de arriba abajo, el deseo enorme, más grande que todo mi cuerpo, de expresarle a mi papá mi amor, de decirle que lo amaba y que le agradecía por ser tan fuerte como un roble. Apreté entonces su mano con la mía, la apreté con toda la fuerza de que era capaz. Él sintió mi apretón y me lo devolvió revolviéndome el cabello con cariño con su enorme mano. Sólo eso alcanzó para inducirme en la suave disolución del amor, del cariño. Gracias. Podía respirar con generosa amplitud.
Allí me mantuve, en pie, recostado contra mi padre, observando el rostro de ojos cerrados de mamá y respirando el aire de la noche urbana que llegaba con prontitud y relajación a envolvernos en la calidez de su nido y conducirnos al mar de la tranquilidad.
Sospeché en ese momento, que ya nunca me volvería a separar de papá, al menos hasta que fuera adulto. Y eso también venía a regalarme una gran paz.
No sé cuánto rato estuvimos mirando el cadáver, estáticos y plácidos, olvidándonos del entorno y de lo siguiente que tuviéramos que hacer, fuera lo que fuera. Al terminar, ninguno tomó la decisión de darnos la vuelta y marcharnos, fue más bien como si la decisión se tomara por sí misma y nos atravesara como un haz de luz o como una onda magnética que tenía su propia capacidad de decisión y movimiento. Salimos de aquel sitio en silencio y tomados de la mano, y en silencio nos dirigimos al coche para ir a la casa donde la tía abuela ya había tomado el mando y la intendencia de nuestros asuntos más cotidianos correspondientes a la alimentación y la higiene.
Nosotros nos dejamos hacer y guiar por su ilustre y venerable mirada que se había vuelto más poderosa, en estas circunstancias. Alberto, nuestro primo, pasó a un papel en la sombra, calladito y anuente, se guardó sus reivindicaciones para otro momento. Andaba apenado y continuamente diciendo que en cuanto no lo necesitáramos se marchaba para la estancia en el campo; parecía en realidad que se quería ir de una buena vez pero que necesitaba que nosotros le diéramos la bendición para hacerlo. Tímido y tristón, cavilaba al poner un piecito delante de otro en su caminar, el otrora hombretón que venía de sus fiestas de fin de semana en la ciudad más cercana, vacilaba ahora con su voz de pajarito en pedir el salero en la mesa y titubeaba para pedir permiso para retirarse de la mesa.
Lo miraba y no podía creerme lo que veía, imaginaba por momentos al fiel y fuerte gaucho Juárez detrás suyo como una marmórea sombra protectora, respaldándolo y a la vez sosteniéndolo en su actual desdicha.
La fuerte sombra  de Juárez nos abarcaba a todos, ahora lo comenzaba a ver en lontananza, miraba su recuero e mi mente con solo mi ojo derecho y sabía, con una sabiduría interior cuyo origen desconocía, que no lo volvería a ver en mi vida, sin saber explicar por qué. Se esfumaba en el mirar de mi ojo derecho y con él se estaban yendo en rápida fuga muchas otras veloces sombras. Las sombras estuvieron volando en huida horizontal, vuelo rasante de arquero de fútbol. Volaban con más velocidad cuando servían de trasfondo al trasiego de la tía abuela, figura enhiesta y fuerte con las cazuelas y los cucharones.
Comenzaron entonces semanas tranquilas. Semanas de paz y azúcar más dulce, de paz y sal más salada. Como si nos entregáramos a los sabores para anclarnos en una puerta segura de la vida. Nos concentrábamos en los sabores como si estos fueran la solución de un extraño acertijo. Cómo si éstos fueran la suela de nuestros zapatos y necesitáramos saber dónde apoyábamos los pies para saber que estábamos en un camino adecuado. Yo sentía por primera vez en mi vida que volvía a querer a alguien a quien le había jurado en lo más hondo de mi corazón no quererlo nunca más: a mi padre. Y eso era, para mí, una renovación absoluta. No hubiera imaginado jamás que podía llegar a hacerlo y sentirlo. Una meta casi imposible. Y la estaba alcanzando, casi sin esfuerzo. Del mismo modo, y sabiendo que volvía a ser un urbanita, fui tomando posesión de nuevo de todos mis juguetes, libros y objetos personales tales como la colección de hojas secas de árboles que tenía guardada en los cajones de mi escritorio. Fui tomando posesión a su vez de relucientes objetos que mi papá me fue regalando para hacerme más agradable y placentera la nueva vida en mi casa antigua.  
En esa época empecé a cambiar mis intereses, pasé de las hojas secas de los árboles a los sellos de correos, y de las fotos de automovilistas de fórmula uno empecé a pasar sutilmente a las de jugadores de fútbol. Seguí aún un tiempo peleándome con las niñas como si estas fueran miembros de un equipo enemigo del de los niños; y aunque quería de todo corazón que esto no fuera así, no podía evitarlo, y ellas tampoco, me provocaban para incitarme a pelear a la mínima.
La tía se quedó aún un tiempo en casa, creo que pasó un año y medio antes de que se marchara nuevamente a la estancia donde prometí ir y nunca cumplí. Alberto se convirtió así en una sombra lejana de la cual llegaban de vez en cuando alguna noticia sobre su estado de ánimo de los días lunes, parecía haberse quedado congelado en alguna edad de su vida y como un disco rayado no podía salirse de ese surco repetitivo. Juárez se disolvió en la niebla del olvido y la confusión y llegó un momento en que llegué a dudar hasta de su propia existencia.
Yo fui dejando atrás poco a poco al dolor que me causaba la ausencia de mi mamá y fui sustituyendo aquella felicidad imposible de sustituir con otras presencias queridas. Me concentré durante algunos periodos en ocuparme de papá, lo vigilaba todo el día como un guardián temeroso de que me lo fueran a robar.
Sólo volvía a ver una vez más a mi extraño y oscuro amigo imaginario. Se me reveló de pronto una noche, cuando ya llevábamos unos cuantos meses de la partida de mamá.
Yo estaba soñando que caminaba por el bosque, el querido bosque subjetivo, y entraba en un camino entre árboles de los cuales se desprendían unas agitadas y volátiles fibras blancuzcas como algodones colgantes, como gigantescas babas del diablo, guedejas de un diablo viejo que jamás hubiera ido a la peluquería. Melenas blancas de los árboles. Las apartaba como a cortinados enormes de los bosques y avanzaba un paso tras otro hasta que comencé a oír un conocido ruido de pasos apresurados. Los pasitos de un ser o unos seres que corrían a esconderse de mi presencia. Miré a un lado y otro de la gran floresta y los poderosos músculos de las ramas de ombúes colgantes por todo alrededor. Comencé a perseguir esos pasitos, me guiaba por el oído y de pronto, sin quererlo, cerré los ojos y eché a correr detrás de aquel familiar sonido, cada vez más cerca, más cerca, sospechando una presencia conocida. Hasta que de pronto pareció acabar el bosque o acabar el sonido del bosque, el sonido de mis propios pasos agitados y abrí los ojos, viendo por un momento pasar la fugaz sombra oscura de mi amigo, no sé cómo en ese momento me di cuenta de que era la última vez que lo veía, entonces abrí muy, muy abiertos mis ojos, como para apreciarlo en toda su plenitud. Y él se detuvo en su huida por el bosque y se giró para mirarme. Lo aprecié entonces en toda su magnitud y grandeza, toda la belleza de su enorme oscuridad. Pude ver el brillo por primera vez procedente del fondo de sus ojos, como la sonrisa de oro de un viejo pirata, y algo me sopló al oído el gran secreto que hasta ahora quizás no quería acabar de ver, y este era que aquella extraña y sombría presencia era la muerte, nada más ni nada menos que la famosísima Muerte, así, con mayúsculas. Me había hecho compañía por algún extraño motivo incomprensible de la vida de mi alma, y como yo era un niño de puro corazón, nada podía asustarme y nada podía provocarme tal molestia como para rechazarlo definitivamente. La Muerte había venido para llevarse a alguien y ese alguien no era yo, era mi mamá y durante casi un año me hizo fiel compañía, familiarizándome con su aroma y con su sutil y a la vez contundente presencia. Todo eso pude ver en mi extraño sueño. Todo eso pude aprender en mi extraño sueño. Y al despertar continuaba a mi lado el sabor de aquel duro y misterioso aprendizaje.
Luego de aquel día, no volví a soñar con mi amiga la Muerte, que tanto me había entretenido mientras yo creía que se trataba de un amigo imaginario. De hecho, comenzó una época diferente, de aristas rectas y luminosas aceras en las cuales la vida pareció deslizarse cada vez más de un modo parecido a las películas, donde todo conduce a un fin y donde todo tiene una razón de ser para estar allí y para explicarse, a la larga o a la corta. Un mundo de luz donde ya no tuvieron más lugar durante muchos años los sueños pegajosos y llenos de las encrucijadas propias de los bosques de la noche. Dejé de ver amigos imaginarios, a medida que cada vez estaba más y más preocupado por unos granos rebeldes que me salían en la cara cuando me extralimitaba en el consumo de salami o comidas picantes. Dejé de verlos también en la medida en que fui entrando en la idea de que tenía que relacionarme más y más con las chicas y si alguien mencionaba en mi presencia esas costumbres propias de niños más pequeños, no diré que cambiara de tema, pero algo en mí se sentía extrañamente molesto, pero no se trataba de una molestia aguda y quisquillosa sino de una vaga molestia que se manifestaba como un susurro de la conciencia, como algo que se iba quedando poco a poco en sordina. Poco a poco en silencio. Hasta apagarse definitivamente, el definitivo de los humanos, que nunca es para siempre, aunque así lo creamos a pie juntillas.
Durante un tiempo me quedó en la mente la imagen evanescente del bosque poblado de sombras blancuzcas de aquellas babas del diablo semejantes a telarañas blancas de algodón que pendían de las copas más altas de aquellos gigantescos ombúes. Yo me deslizaba con breves pasos debajo de aquel bosque de entreveros botánicos. Me alejaba en dirección a alguna corriente de agua que me llamaba con el campanilleo constante y fluido de su corriente golpeando contra unas estribaciones coralinas. Al fin llegué a ese sitio, un sitio perfectamente definido en mi memoria, de tal manera que no sabía a ciencia cierta si se trataba de un recuerdo verdadero o inventado o un sueño de definidos y tenaces contornos. Sólo sé que avancé en aquel sueño o recuerdo verdadero y supe con todas las células de mi cuerpo que no tenía vuelta atrás, que había entrado en una suerte de ciclo vital sin retorno, que quizás no podía mirar hacia atrás so pena de recibir algún tipo de castigo como convertirme en piedra, en sal marina o en un sapo verde. Y al final de aquel sueño sí que había una corriente de agua envuelta en brumas y apartando los cortinados blancos de aquellas guedejas blancuzcas sé que di un paso definitivo que despertó a mi pie con el frio del agua. Sé que crucé aquel rio o arroyo blanco del olvido y algo en mi interior se resignó con calma a dejar atrás para siempre a los seres imaginarios y a la Muerte. Ahora me aprestaba a vivir como si fuera inmortal, tal y como viven los seres humanos adultos, como si fueran a vivir para siempre. Entré en la vida sin fin en la que no te preocupas por la decadencia ni conoces la podredumbre y donde básicamente te olvidas. No sabía cuántos años estaría sin volver a ver nunca a los extraños claros y oscuros seres imaginarios que pueblan todas las infinitas dimensiones que nos rodean. No sabía que estaba postergando para siempre, el para siempre de los humanos adultos, el encuentro con la muerte, pero sí sabía algo muy importante, que había conocido de cerca ese gran tránsito y había venido a mi familia a aprender qué hace uno que cuando pierde al ser más amado, y qué hace uno con pérdida, como se hace para vivir en las propias células la esencia de la gran transformación. No tenía en ese momento en que crucé el río onírico, mucha noción sobre el futuro, pero sí poseía en toda mi carne una convicción aprendida por la experiencia, y esta era que un día volvería a la memoria general de la especie, un día, dentro de mucho tiempo, volvería a ver a mi amiga la Muerte. Y en ese instante, si mi aprendizaje había resultado adecuado, la miraría a los ojos, ahora sí, en aquel momento sí, y mirándola a los ojos me iría con ella, si me venía a buscar, pero lo haría de ese modo, mirándola fijamente, y vivo, bien vivo.
FIN
  
En Librería Rayuela
Xalapa-Enriquez
21 de marzo - 19 de abril de 2014






Acabando la escritura.


La opinión de Erzengel Eds.

                               Las bonitas palabras de Erzengel, una opinión que valoro mucho, porque ella es una escritora con una cultura y un saber hacer muy propio de las redes y cuenta con un acopio de experiencia importantes; y porque desde la primera hora ha estado allí dando ánimos. Cuentas conmigo siempre, ya lo sabes amiga escritora!!! ¡¡¡Un gran abrazo!!!

Los ojos de mi madre. Novela. Último día de redacción ante cámaras, en publico y online.

                               19 de abril de 2014, ultimo día de escritura, en público y ante 
                                         cámaras, online, de la novela "Los ojos de mi madre".

Cómo nos han seguido. Literatura líquida. Los ojos de mi madre.


viernes, 18 de abril de 2014

jueves, 17 de abril de 2014

Noriciero del Telebachillerato notiteba 12 abril

Literatura líquida. Novela. Día 28. Entrada 29.

Él preparó nuestro regreso a casa, íbamos todos juntos, la tía abuela, el primo, yo y él. Juárez se quedó en la estancia; yo tenía la extraña sensación de que no volvería en mucho tiempo a la finca. Íbamos con la boca cerrada, inundados por un sol frío y la pesada tristeza que nos aplastaba contra el respaldo de los asientos. De esta manera recorrimos quilómetros y quilómetros y de vez en cuando nos interrumpía el primo Alberto con alguna frase que pretendía sembrar un poco de buenos ánimos pero que acababa hundiéndonos más en el pozo de la angustia. Sentía cansancio y agotamiento solo de estar sentado en el asiento del coche y mirar el horizonte que nos dejaba continuamente atrás con sus vacas de aburrida mirada y de vez en cuando un árbol alicaído que parecía hacernos un lánguido saludo. Iba yo sentado a la derecha y nada me costaba seguir la línea del paisaje con mi ojo especializado en futuros. El ojo derecho. Parecía que el futuro allí registrado con alta velocidad no traía dolor ni asperezas sensoriales de ningún tipo. Me dejaba bañar los ojos por este flujo de imágenes líquidas que regocijaba mi vista sin permitirme la entrada en el parque de las preocupaciones. Con los ojos frescos y el corazón aquietado llegué a la ciudad y nos fuimos a ver a mamá a la funeraria; mi padre tenía particular interés en que yo la viera. Y la verdad es que nada más verla lo que me invadió, contra todo pronóstico, fue una enorme tranquilidad. Como si algo dentro de mi adquiriera certeza al fin de que mamá no se había evaporado. De que no me quedaría con la desagradable impresión de que la perdí realmente, de que se me quedó olvidada en un recoveco en el camino y nunca la podría volver a ver una vez más para decirle que aquí estoy, de que me la llevo en la mirada a conciencia. Sin la posibilidad de dirigirle mis palabras, aunque sólo fueran silenciosas. Palabras de despedida; de hasta luego, de hasta la próxima vez que nos veamos. Era muy raro experimentar la felicidad de verla aunque fuera muerta. Una sensación de descanso y de retozo 

miércoles, 16 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 27. Entrada 28.

Qué gran maravilla volver a tener un padre, esto me liberaba de la pena de no hablarle nunca más, un propósito demencial que me había planteado. Realmente tenía todos los pensamientos desmantelados, todo lo que constituían mis referencias y seguridades más firmes, se habían ido a la mismísima porra. No sabía en su día que podía detestar un poco a mi padre; pero no sabía tampoco que podía volver a quererlo tan rápido. Lo ponía ante mi mirada, sorprendido del cabio, y cerraba mi ojo izquierdo a ver si lograba vislumbrar cómo sería nuestro futuro y me costaba un poco imaginar que estábamos de nuevo juntos y que vivíamos de nuevo en la misma casa, pero si podía sentir el inmenso amor que sentía por él, acrecentado ahora por la segura falta de mamá. Quería que él me quisiera como los dos juntos; como si eso fuera una suma posible y de carácter automático. Pensaba, de una manera algo loca, que al estar solo, me querría como los dos, como si él fuera a multiplicarse por dos personas y que el amor fuera a aumentar de un modo proporcional. Sólo deseaba que llegáramos de una vez para ver a mamá muerta; necesitaba verla, necesitaba ver la cara de papá al verla muerta delante mío. Y necesitaba entenderlo con una imagen que me lo confirmara, ella dentro de un ataúd, por ejemplo. Para luego sí comenzar a matarla definitivamente en mi mente. Sacarla por completo de mi memoria. Entender al fin que no la vería más en movimiento, que no escucharía más su agradable voz. Que, aunque lo deseara, no podría sentir más su amor como procedente de su persona y su cuerpo, sino que tendría que volver a sentirlo dentro de mi cuerpo sin que ella pudiera participar. ¿Cómo se recrea el amor cuando falta uno de los co-creadores? No lo sabía, sólo me concentré en un sobreviviente. Lo único que estaba a mi alcance y sabía hacer. Estaba expectante de las sensaciones nuevas que empezaban a sucederse, no hacía nada, solo dejaba que papá decidiera e hiciera, como un capitán de barco experimentado en el cual confiamos los grumetes. Y callado la boca lo acompañaba arriba y abajo dejando que él resolviera como mejor sabía todas las circunstancias nuevas que nos envolvían. Cuando llegó a la estancia, y luego de saludarme, entró a la casa con un aire que no recordaba en él, y que indicaba claramente que conocía las instalaciones a la perfección. No sabía cuándo había estado él viviendo allí, ni siquiera si había estado viviendo mucho tiempo o solo de visita. Me daba cuenta ahora que realmente sabía poco de la vida de mi padre, como si fuera un misterio.








martes, 15 de abril de 2014

Con Excelentísimo Sr. Presidente del Ayuntamiento Libre de Xalapa

Con el Excelentísimo Sr. Presidente del Municipio Libre de Xalapa, Américo Zúñiga.
¡Gracias Sr. Presidente por su extraordinario, amable y generoso apoyo a mis proyectos!
Y muchas gracias por su bienvenida a esta tierra maravillosa de Xalapa.

Literatura líquida. Novela. Día 26. Entrada 27

En esta disposición de ánimo me largué a la puerta de la casa a mirar el horizonte un día a esperar a que regresara mi papá para llevarnos. Eso pensé y di por seguro que era lo que sucedería. Y allí me puse empecinado en que tenía que esperar allí hasta que el milagro de ver nuevamente a mi padre aparecer en el horizonte, se produciría. Mi tía abuela me dijo que no esperara así, que mejor nos entretuviéramos jugando a las adivinanzas o en silencio juntos en la casa. Entendí, sólo luego de muchos años, que ella me evitaba un daño, completamente inútil, que yo me estaba infligiendo a mí mismo. Pero en aquel momento yo me quería dañar, dañarme mucho, quería sentir un dolor fuerte que me permitiera trascender esa circunstancia, como si yo quisiera gritar a muy alto volumen y buscara como excusa un buen golpe. En ese momento yo sentía un dolor que me atenazaba fuertemente y como no lograba sacarlo de mi cuerpo necesitaba hacerme más y más daño para poder sentir ese dolor profundo hasta que emergiera como el agua de una fuente subterránea.
Quería dolerme y sobre todo quería desgarrarme. Sentía un fuego en mi interior, arrasador, envolvente y que no me lo podía sacar de dentro y cuando caía agotado por esa misma emoción posesiva, luego de ratos muy largos sentado, apoyado contra el muro de la casa, en contra de la  sugerencia de Teresa, me dejaba caer, lentamente, hasta llegar al barro del suelo y ahí literalmente me desmayaba y me quedaba, sucio, y aterido por la fría humedad que me iba penetrando el cuerpo, en espera que el dolor saliera de mí, como una savia arbórea que destilara, manando hacia el fango, las hierbecitas y las hormigas y lombrices que se beberían aquel extracto de dolor.
Me hacía la víctima, pero no lo sabía. Quería llamar la atención, pero aunque me la prestaran, no habría conseguido mi objetivo de arrancar el sufrimiento de mi cuerpo y de mi alma. Y así me quedé, anclado en esa actitud inútil y frustrante, hasta que en el horizonte pareció mi padre. Esta llegada, luego de tanto y tanto tiempo, resultó un consuelo desde el momento en que vi aparecer su coche en el horizonte. Todo en mi saltaba de alegría al saber que lo iba a ver, de pronto, lo quería un montón y había olvidado todo el mal que le había atribuido en el pasado. Mi padre volvía a ser mi padre en el acercamiento; cuando lo abracé volví a sentir su olor, su olor tan rico de cuando se iba por la mañana a trabajar y yo lo encontraba muy atractivo para las mujeres, de lo cual me enorgullecía. De pronto, todo ese orgullo acerca de mi papá, me cayó encima en tanto sensación como un bloque que volviera a mí entero, como un objeto que me hubiera dejado olvidado y que ahora al recuperarlo, con él, volvieran a mí todos sus componentes emocionales. Antes de que llegara, había pensado que él me volvería a vincular con mamá y con el amor de mamá, incluso después de muerta y lo que realmente sucedió es que me volvió a vincular con él mismo antes que con cualquier otra cosa. Solo lo tenía a él, allí delante de mí y a nadie más y toda la fuerza de su presencia era equivalente a la fuerza de su amor.











Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo. En AMAZON

Narrar es un modo de pensar, de razonar. 
Y sus razonamientos están estructurados en forma de frases.
En el nivel más elemental las frases son unidades de sentido que dan forma a imágenes, sensaciones y audiciones internas del escritor o la escritora.
El resultado final de todas esas imágenes, sonidos y sensaciones se traducen en frases, de modo que las frases narrativas son los razonamientos del escritor.
La opción por unas frases y no otras y su combinatoria constituyen elmodo de razonar de cada escritor en concreto
Hasta ahora, este proceso se veía desde otras ópticas: estilística, narratología.
Pero, observado y sobre todo experimentado como razonamientos o pensamientos narrativos, permite acceder al autor al abc real de su modo especializado de usar el pensamiento, la prosa y el discurso.
El pensamiento narrativo es un proceso básico del cerebro, que ordena de este modo la totalidad de la experiencia perceptiva y representacional.
Por ello, el pensamiento narrativo está en la base del pensamiento creativo.
Todos los otros modos de pensamiento, surgen y se basan en este.
Por eso, acceder de nuevo a este modo de pensamiento, activarlo otra vez como una capacidad real y primigenia, no solo permite escribir creativamente.
Facilita el que pensemos pensamientos de mayor calidad y claros, eficaces, diferenciados y excelentes.
Esa misma claridad permite filtrar todo el material sobrante y por tanto la memoria comienza a trabaja de nuevo en un nivel de máximo desempeño.
En mi libro “Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo” despliego y explico las bases de este pensamiento y cómo se estructura en tu cerebro, quieras o no.
En mis talleres entreno a tu cerebro para que recupere esta capacidad que te permite estar creativa en todos los momentos de tu día.

Héctor D’Alessandro
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Entrevista con Ángel Rafael Martínez Alarcón

                                         Entrevista Shalom, emisora de la Archidiócesis.

Entrevista con Héctor D'Alessandro Sala, escritor uruguayo. 14-IV-2014

lunes, 14 de abril de 2014

Literatura líquida Novela. Día 25. Entrada 26.

Aquellas lágrimas me devolvían cada poco tiempo al ciclo de permanente duda en que vivía por esos días. Me desorientaban por completo y me ponían en una situación emocional insoportable porque no sabía a qué atenerme, yo preguntaba de continuo si estaba pasando algo que debiera saber y nadie me acababa de responder.
De modo que sólo pude responder que deberían habérmelo dicho antes y que no estaba bien que estuviera tan alejado de mi madre el día en que la tía abuela me agarró por los mofletes y mirándome directo a los ojos me dijo.
     Escúchame bien, tengo que decirte algo. Tu mamá se fue al cielo.
              En el momento en que me lo dijo me quedé inmediatamente mudo y no supe realmente qué responder. Un sinfín de imágenes superpuestas las unas a las otras pasó por mi mente en fracción de segundos y mis ojos se congestionaron hasta que las lágrimas se abrieron paso, me derrumbé y al hacerlo me zambullí en los brazos de la tía abuela Teresa. Recuerdo que por un extraño momento vi en la cámara de mi mente a mi madre con forma de pájaro volando al cielo. Como una blanca paloma inmaculada. Estas extrañas imágenes contribuían a confundir más y más a mi atribulado cerebro. Todo en mí se disolvió de pronto, no tuve conciencia de tener un cuerpo, mis piernas flojas y mi vientre experimentando la centrifugación de un vacío y un vértigo tremendos, mi mente sin ocupación alguna y el mundo a mis pies que se abría como el vacío gigante de una abismo.
            ¿Cómo sería un mundo sin mamá? ¿Cómo sería un mundo con la conciencia de que ya no estaba mamá? De hecho, hacía casi un año que no la veía y mi padre tampoco venía demasiado a verme, con lo cual tenerlos o no, era un evento que para mí ya estaba zanjado: no tenía padres en los hechos, pero sabía sí que podía contar con ellos allá en la lejanía de la ciudad, de la capital, o al menos imaginarme que contaba con ellos. Ahora en cambio no sabía que podía pasar, ni siquiera sabía qué iba a pasar con papá que a todas luces pensaba vivir muchos años más y a quien empezaba a odiar un poquito y a reclamarle internamente que se muriera también, como si tuviera la culpa de la muerte de mi mamá. Lo acusaba de separarme de ella e impedir así que con mi amor y a fuerza de besos y abrazos la curara. Sí, me decía mi mente, mi papá es un asesino. Y yo mismo me veía como un santo con poderes sobrenaturales, un dechado de bondades al lado del maligno, que estaba encarnado por mi papá. Yo habría podido salvar a mamá con la fuerza que emana de mi corazón, mis manos habrían emitido un rayo poderoso y curativo que la habría levantado de entre los muertos y las habría devuelto a la belleza y a la vida. ¡Ay, qué linda era mi mamá! Y ahora imaginarla devorada por los gusanos. En mi mente le pedía a los bellos gusanitos —sólo podían ser bellos los gusanitos que devoraran a mamá— que lo hicieran con delicadeza y cariño. ¡Vaya pedido! Y los imaginaba como a personajes de unos dibujos animados con caritas rechonchas y sonrisas diciendo que la carne de mamá era deliciosa y muy sana para sus cuerpecitos. Esas eran mis maneras de imaginar que mamá contagiaba su dulzura y su riqueza al mundo, a la naturaleza y a la vida. Era mi manera de encontrarla vinculada a la vida que yo podía apreciar en todo el alrededor: plantas, ríos, tierra, fango, mierda de caballo, plantas, frutas, decadencia y vitalidad. Yo había venido a la vida a convertirme en un observador de la transformación y ahora la vida me daba el golpe más grande que nadie pueda imaginar. Me arrancaba la más poderosa y contundente de mis conexiones con todo lo vital: a mi madre.
 Sólo quería ir a verla, aunque estuviera cadáver no me importaba, quería verla, abrazarla, darle un gran beso. Y mi tía en ese momento no me servía porque se mostraba evasiva, en realidad no sabía que iba a planificar mi padre y estaba esperando a que él resolviera. Mi primo Alberto estaba depresivo y mustio y en su cara se dibujaban sus preocupaciones acerca de la famosa herencia. Unas preocupaciones que ahora además tenía que disimular porque mi tía le había dicho que no era momento de aparecerse con esas reclamaciones, que quedaba muy mal y lo hacían aparecer de una manera que él no era. Él era un hombre muy generoso y lleno de cariño por los demás, decía mi tía, y era verdad, lo que pasa que el primo no acababa de entender, siempre según mi tía, los mecanismos de la vida. Yo no acababa de captar a qué se refería exactamente la tía con esa expresión pero no era algo que en ese momento me interesara, luego sí empecé a comprenderlo cuando vi que el primo se desmoronaba por la culpabilidad al corroborar que mamá había muerto. Si en ese momento le hubiera dicho que se trataba de un asesino, él me habría dado la razón, aceptando todas sus imaginarias culpas. Andrés Juárez en cambio estaba en un circunspecto papel secundario. Yo lo miraba con una extraña inseguridad y respeto hacia su persona. A esta altura no sabía qué pensar. Me amedrentaba un poco cuál pudiera ser su juicio acerca de mi persona. Me asustaba la posibilidad de que me hubiera oído decir que era un fantasma y que estaba muerto. Y al tiempo me aterraba la posibilidad de que pasados unos años preguntara a mi tía abuela acerca de Juárez y me contestara que de quién hablaba. Estas posibilidades eran y no eran reales para mí. Todo estaba en cualquiera de los casos, en la existencia. De modo que cuando empacamos todo para viajar a la capital y nadie mencionó a Juárez y ni siquiera dijeron que se quedaría solo a cuidar la casa a mí no me pareció que fuera un detalle sospechoso sino lo más normal, tratándose él de un fantasma inexistente.
Todo, todo me pesaba enormemente, y trasladar mis pies caminando era como arrastrar pesados muebles antiguos que se negaban a ser cambiados de sitio. Mi cuerpo estaba más seco aún, y mi cerebro espeso como si estuviera lleno de arena. ¿Cómo se puede pensar con el cerebro lleno de arena? Al volver de la playa hay que lavar el cerebro. A alguien puede parecerle raro o chistoso pero pensaba este tipo de pensamientos sin rumbo; del mismo modo que antes me había pasado meses en un bosque interrogativo haciéndome preguntas y más preguntas. Y justamente creo que aquella larga práctica en preguntármelo todo, fue lo que me sirvió de preámbulo a este nuevo estado donde aterrizaba sin más un chiste como para despejar el panorama de agobio y aplastante tristeza.
En los mejores momentos imaginaba a mi mamá muerta y le juraba con todo mi corazón que sería animoso, bien humorado y feliz en su nombre. Que ser feliz era lo que ella me había regalado, y eso era lo que más me levantaba el ánimo y lo que más me estimulaba a seguir por la vida poniendo un pie delante del otro. Y eso que también había aprendido de ella a encerrarme en mi habitación y tumbarme en la cama a oscuras, algo que no podía aguantar durante mucho rato, a diferencia de ella que pasaba días y días a oscuras. Como niño competía en todas las competencias y esto lo convertía en una competencia más, pero no era en la que pudiera ganar.
Me resultaba mucho más fácil ser feliz.

En Radio Mundo40 con Jorge Vera. Héctor D'Alessandro

Hector D'Alessandro Sala, en Mundo 40 (+lista de reproducción)

domingo, 13 de abril de 2014

Literatura líquida. Novela. Día 24. Entrada 25

Yo no quería que nadie se ocupara de mi bien, no quería en absoluto que la sombre del bien comenzara a dañarme, ya conocía, desde muy reciente tiempo, las consecuencias, nefastas en principio para mí, obtenidas por mi papá en su intento por practicar la bondad. Mientras estaba allí pensando estas cosas, todas las palabras que mis parientes soltaban se iban vertiendo como plomo fundido en mis llagas más abiertas.
Mamá, no te mueras.
Eso es lo que me hubiera gustado exclamar, pero tenía que atenazar la lengua y todo mi interior porque se me hacía que me iba la vida en ayudarlos a ellos a mantener ese secreto ante mí.
Me puse a llorar desconsolada, interminablemente.
Mi mente se llenó de imágenes horribles de mi mamá muriendo sin mí, allá sola en la ciudad. La veía en su habitación haciendo girar sus ojos en círculos sempiternos. Sola y atontada a consecuencia de los medicamentos; sufriendo pero sin saber en superficie que está sufriendo. Sufriendo en el fondo pero con una postergación eterna inducida por los medicamentos; me sentía uno con ella, creía que si me dolía a mí su dolor, ella podría salvarse. Exclamaba en silencio en mi mente y en mi corazón. “Dios mátame en lugar de a mamá, llévame contigo”. Quería fundirme en un abrazo con ella y hacerle sentir mi amor como nunca antes lo hubiera sentido, hacerle sentir mi amor de modo tal que no pudiera menos que curarse con la descarga monumental de la energía de mi gigantesco amor.
Entonces, me puse de pie y me alejé de las casas en dirección otra vez al medio del campo, mi amigo me perseguía, callado e inmutable, ahora se parecía a la muerte, y llegando al medio de una llanura detrás de un cerro, abrí los brazos, los extendí al cielo y sentí que de las palmas de mis manos apuntadas hacia el cielo salía una energía que se conectaba directamente con la energía poderosa del dios del rayo. Que dios y yo éramos solo uno y que toda la energía del universo estaba pasando a través de mi cansado, seco y cambiante cuerpo y que todo el dolor del mundo pasando a través de mi cuerpo subía al cielo en un intercambio sagrado.
Estaba seguro de que mamá desde su cama sentía le fuerza invencible que allí se estaba produciendo y que ésta reponía de manera vibrante su  salud en todas las venas y en todas las arterias de su cuerpo.
—Dios, volví a gritar, ahora con toda mi voz, deja que mi mamá viva un tiempo más.
Entonces la luz del rayo me fulminó con un estampido ensordecedor y caí desmayado no sé cuánto tiempo, y al caer vi a mi amigo que se fundía con la oscuridad del horizonte en una nube que se acercaba como un tornado y se lo llevaba, tragándolo en su remolino con extrema violencia.
Me recogieron un rato más tarde y me llevaron a la casa, mi tía abuela estaba preocupada por mí. Me cuidaba con mucha aprensión y ansiedad, no era lo normal en ella, dueña de un pasmoso aplomo. De lo cual se debía suponer que su preocupación por mi salud y mi vida era intensa y verdadera.  
Estuve casi dos semanas en cama. Durante ese tiempo, Teresa y yo nos hicimos más amigos y llegué a quererla todavía más.
Se sentaba largas horas a la orilla de mi cama y me miraba, oraba, en otros momentos miraba a la pared absorta y continuaba moviendo los labios. No sabía yo que se podía llegar a preocupar tanto por mi pequeña persona, y lo encontraba por momentos excesivo a aquel movimiento de afecto en el padecimiento.  La miraba orar y cansarse mientras lo hacía y mientras sus ojos se entrecerraban los míos querían acompañarlos, a veces me daba la impresión de que empezábamos a soñar juntos. Varias veces al despertar le dije que estaba soñando que volvía a mi vida una serie de personas que hacía tiempo que no veía y que junto con ellas venía la sombra de un amigo mío imaginario que ahora se había largado de mi vida, y ella me contestaba que estaba soñando lo mismo. Yo no me lo podía creer pero por amor aceptaba sus palabras; luego también me entraba la duda acerca de sus afirmaciones pero volvía a concederle crédito a sus palabras. Así hasta que un día la vi que dormida me decía a todo que sí, que ella también, que por supuesto y eso me enojó mucho, me dio la sensación de que me trataba como a un niño pequeño, y yo ya no era un niño pequeño, era algo mayor y no me gustaba que me siguieran la corriente por quedar bien ni que me dieran la razón como a los locos.
Le grité que no me hiciera eso y su respuesta fue abrazarme y disculparse, y al soltarse y levantarse de la cama con la excusa de que iba al baño la vi que se secaba las lágrimas.