lunes, 16 de junio de 2008

Testigos. Héctor D’Alessandro

Testigos. Héctor D’Alessandro

Para que nada sea en vano, se inflan las palabras, para que estas caigan como cascadas, como piedras, como rocas rodantes por la montaña, despeñándose con estruendo.

Para que nada sea en vano, el rugir de la batalla expresa lamentos de moribundos y gritos jactanciosos de matadores.

Y de la tierra mana sangre.

De la tierra mana sangre para que la vea, la guste, la oiga aullar el testigo.

El pastor de cabras a la puerta de su choza tranquila. El señor que por allí pasaba. Todo lo hace Homero con arte, con sorprendente habilidad, con viveza y con intuición. No escribe para el órgano del templo ni para los grandes corifeos.

Su verso va a dar como un cauce breve que se hace hilo de agua rica al oído de un pastor, un pastor perdido en la montaña que oye desde lejos el rugiente clamor de la batalla.

Todo se hace por un pastor.

La poesía toda. La pasión. La luz de la tarde, el verdor y la sangre se harán por un pastor.

De nada vale, para nada sirve el rugiente clamor y la gritería despeñándose por los barrancos como un eco inmenso de la carnicería infinita si no lo escucha alguien, alguien como tu, alguien que pasa por allí, el pastor, el señor ese que anda por ahí.


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